Full text: Tomo primero (01)

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_ FOLLETIN DE El MERCANTIL VALENOIANO 
  
sin embargo, no me atrevo a pedirte un 
beso, porque temo ofender tu castidad, 
Luisa se llevó una mano al pecho y ex- 
haló un gemido, Este gemido, gué era 
un grito de dolor de su alma, fué para 
el vizconde un suspiro de amor, y co0- 
giendo dulcemente a su esposa por la 
cintura la obligó sin violencia a que in- 
clinase el cuerpo hasta poder tocar con 
sus labios la boca de Luisa. 
Aquel primer beso produjo una viva 
conmoción a Luisa; y como si se sintiese 
desfallecer, apoyó su cabeza en el hom- 
- bro de Alejandro. 
El vizconde de San Marino se creyó el 
hombre más feliz de la tierra. Aquella mu- 
jer, a quien tanto amaba, como la mag- 
nolia de la India, inclinaba su hermoso 
cáliz para regalarle los perfumes de su se- 
no, porque nada hay tan arrebatador pa- 
ra el hombre como sentir entre sus bra- 
zos, la debilidad de la mujer que adora, 
El vizconde ddol un eccigais beso 4 su 
esposa, 
—¡Por Dios, Alejandro! Te ruego que 
vayamos nuevamente el salón MUrMUrÓ 
Luisa, . 
-. —Me encuentro aquí tan bien... 
_ —Pero podrían sorprendernos. 
mom ¿ Y qué importa? ¿No eres mi espo-. 
sa? ¿No puedo a la faz del mundo estre- 
charte contra mi pecho, decir que te amo? 
—Sí, sí; pero nuestros alegres convida- 
dos podrían. con razón criticar nuestra 
impaciencia. Yo te ruego qu, me conduz- 
- cas al salón. 
Vamos, puesto que así lo quieres; pe- 
¿To no será sin que antes AA, tu súpli- 
ca con un beso. 
Luisa inclinó su frente. hu  Alejan- 
dro, y éste depositó en ella un beso, 
Mientras tanto, la ausencia del wizcon- ' 
de y de Luisa se había notado, y algunos 
amigos. maliciosos comenzaron. a paca: 3 
los por el jardín. . 
- ¡AL están! ¡Aní ostámi—gritó 1 uno de que. | 
A sabido interes mi ala y porque r 
_ —¿Lo ves? Ya nos buscan—dijo Lasa, he 
Moe viéndolos desde lejos. 
-—¿Qué es eso de mala?—dijo el doctor, 
acercándose precipitadamente. 
-—No es nada, no es nada—contestó 
Luisa. 
—Ha sido una locura valsar estandól 
débil aún—añadió el doctor—. Pero: 
¿quién pide formalidad y prudencia a la. 
juventud? Señor vizconde, usted podrá 
bailar cuanto guste, hacer los honore 
de la Casa a cuantas señoritas se en. 
cuentren sin pareja, pero lo que es mi. 
enferma no baila más; así, pues, voy a 
conducirla hasta el salón, la siento en 
una butaca y ustedes bailen hasta que 
nazca el día, 
-—¿Aceptas la proposición del doctor? 
preguntó Alejandro sonriendo, 
—"¡Oh, sí! Porque hace muchos años 
QUe e Marcelino es el encargado de sl 
-salud. 
—Entonces, a:usted se la entrego, que 
rido doctor-—repuso el vizconde. 
Y luego, dirigiendo la palabra a sus 
amigos, añadió en voz alta: 
4 bailar, señores, a bailart 
La orquesta comenzó a tocar; y como 
no hay nada tan incansabie para bailar 
como la juventud, pronto se llenó el sa 
lón de parejas. 
Mientras tanto, Luisa y el doctor fue 
ron a sentarse en dos butacas, desde don- 
de podían ver el baile sin que les moles- 
tasen Jos bailarines. 
—Sufro horriblemente, querido doctor. 
dijo Luisa en voz baja. 
-—¡Valor, señorita! Piense usted en su 
padre, piense usted en Margarita. 
- —Sólo por ellos llevaré a cabo tan terri 
ble sacrificio, doblemente doloroso por- 
que Alejan 
dro es un angel. Prefiriría mil. 
veces que fuese un malvada, un hombre 
pervertido, un infame, porque entonces 
su conducta me Heyoría a Eormpiiiaig a 
oriza la idea de engañarle, 
rudencia, hija mía, prudencia 
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