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FOLLETIN DE EL MIRCANTIL VALENCIANO
ra ella, si necesario fuese, una segundo
madre, ya que había tenido la desgra-
cia de no conocer a la que la había le-
vado en sus entrañas.
Micaela, a pesar de estos descubri-
mientos y de estos datos, que le daban
grandes seguridades, no dejó de com-
prender que era preciso obrar con mu-
cha prudencia.
Una ligereza: podía comprometer la
honra de toda la familia, causando al
mismo tiempo la desgracia de Marga-
rita, por la que había jurado velar siem-
pre como una madre cariñosa.
Micaela procuró ocultar esto a su ma-
rido. La buena fe del coronel Redondo
le inspiraba poca confianza,
Enterada de que Magdalena y Marga-
rita vivían completamente felices en la
quinta de Carabanchel, y que la hija
del capitán Alvarez era mirada y aten-
dida con tanta delicadeza como cariño,
se propuso no dar un paso que turba-
ra la dulce calma de aquella niña que
vivía bajo la protección del marqués de
Malfi y de los .condes de San Marino.
—Respetemos este misterio—se decía
hablando consigo: misma—, ya que el
capitán Alvarez no quiso revelármelo al
morir; pero vivamos con la vista fija en
esa probre huérfana, para defenderla
cuando sea necesario,
Así se hallaban las cosas' cuando Mi-
. guel confesó a su madre que amaba a
la hija de los condes de San Marino.
El asunto tomaba un aspecto nuevo;
y entonces Micaela acariciando en su
corazón maternal la idea de un ventajo-
so enlace para su hijo, sintió desper-
ter en su pecho la adormecida ambición
y nuevas ideas asaltaron su mente.
No €s extraño, pues, que Micaela con
todas estas ideas de ambición y de amor
maternal, tuviera menos sueño que su
esposo el coronel Redondo.
Miguel regresó a su casa a las doce
y CUAtIO, >: :
Su madre, como siempre, le estaba
esperando.
Al verle le estrechó entre sus brazos
y le dió un beso. :
«Vamos, siéntate a mi ladole dijo
con ternura Micaela, Veo en tu ros-
tro algo: que me anuncia la satisfacción
de tu alma.
—Sí, madre mfa—responaió el jo-
ven= Tsta noche estoy muy contento,
por más que tengo que dar una notí-
cia bueña. y otra. mala.
—Habla, hijo, habla—repuso Micaela—,
Dime la mala noticia antes.
Miguel refirió a su madre la desapar
rición de Margarita, según se la había
contado su amigo Andrés,
Micaela, al terminar de
hijo, se quedó pensativa un instante.
Después, tratando de disimular la ma:
la impresión que le había causado la
inesperada nueva, dijo sonriendo:
—Lo que acabas de contarme es la no-
ticia mala que tenías que darme, Aho-
ra falta la buena, la cual supongo qué
será el motivo del contento y de la ale-
gría que brilla en tu semblante.
—Cuya alegría-—repuso Miguel—no se”
ría completa si no le contase la causa
a usted, que es la única depositaria 08
todos mis secretos.
—¿Has estado en casa de la condesa?
—Sí, desde las nueve hasta cerca de
las doce.
—Es una visita regular.
—Tenfamos que ensayar varias pie-
7as de música, porque el mes que vie:
ne abre el conde de San, Marino SUS:
salones, y estoy invitado para concu-
rrir a ellos; y lo que es más, madre míai >
espero hacer un buen papel.
—¿De veras?—añadió Micaela acari-
ciando las manos de su hijo entre la8
suyas,
—¡0h! Nunca pagaré a usted bastante
la buena educación que me ha dado.
<La educación, hijo mío, es un pas
trimonio; y yo, que no esperaba dejarió
después de mi muerte erandes bienes dé
fortuna, me propuse hacer de ti uúM
hombre de provecho. i
«<-Y yo espero probar a usted que no
ha edificado sobre arena.
«¿Con que decías que esta noche...
«¡Ah! Esta noche la he pasado de un
modo delicioso. La séñora condesa mé
ha distinguido bastante, y hasta me h3
aplaudido, madre mía.
—En cuanto a eso, ha sido justa, por*
que tu voz no tiene igual,
—¿Y no hay en esa apreciación alg0
de la exageración de “una madre tan
buena y cariñosa como usted?
Todo el que te oye cantar lo dicté;
ya sabes que no soy yo sóla. Pero vol
vamos a la causa de tu alegría. Quiéró
que me cuentes uno por uno todos 108
detalles de esta noche,
«Pues bien: nos presentamos a laS
nueve de la noche en casa de la conde-
sa, donde estábamos citados Andrés Y
hablar su pe