Full text: Tomo primero (01)

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CAPITULO IV 
DONDE EL MARCUES VE CUMPLIDO SU ENCARGO 
La noche del mismo día en que Mag- 
dalena, al despertar, se enconiró. sin su. 
querida niña, el marqués de Malfi, con- 
tra su costumbre, permanecía levantado 
a la una de la madrugada, 
En el semblante del noble anciano po- . 
día notarse cierta inquietud, y por eso 
sin duda, tan pronto se le veía dar pa- 
seos precipitados por la habitación, mur. 
-_Imurando en voz baja palabras ininteligi- 
- bles, como sentarse junto a la mesa y 
- ponerse a leer, a la luz de la lámpara, 
en un libro que tenía abierto. 
- Era indudable que alguna de esas te- 
ribles batallas que agobian el espíritu 
tenía lugar en su alma. Esa 
De vez en cuando el marqués dirigía 
“una mirada al reloj, y dando un puñeta-. 
zo sobre la mesa, exclamaba : 
—¡Esta tardanza es horrible! + 
Y ahogando un suspiro, continuaba la 
lectura o volvía a emprender los paseos. 
La situación del marqués era. verdade- 
ramente difícil; y atendido su carácter y 
su orgullo, nada tan natural como el es- 
tado nervioso en que se encontraba. 
Cuando un hombre. llega a la edad de 
las canas acostumbrado al fausto y a la 
opulencia, le es sumamente violento des- 
Ed 
- cender de su elevada posición. . 
El márqués se hallaba 
amenazado de la ruina; para 'Gvitarla 
era preciso que Luisa aceptara la mano 
de Alejandro de San Marino, y este en-. 
lace era casi imposible. : 
La noble altivez de don Pablo se re- 
sistía a emplear la mentira, el engaño; 
pero al mismo tiempo le espantaba la 
idea de la miseria. , 
—¡Ah! — se decía, hablando consigo 
=mismo—. Es preciso poner fin a tan vio- 
lenta situación. Si no accedo a los deseos 
del conde, le conozco bien, continuará 
el pleito, y antes de tres meses seré des- 
pojado de cuanto poseo. 
Y el marqués apoyaba los codos sobre 
Ad srt ' 
la mesa, dejaba caer la frente sobre las 
palmas de las manos, y se quedaba in- 
móvil, 
Pero esta actitud duraba poco, y de 
nuevo. volvía a decirse: . 
—Conó0zco que es una infamia, indigna 
de un caballero, engañar a ese noble jo- 
ven que tanto ama a mi hija; pero, ¿Có- 
mo decirle: «Esa mujer que amas, y que 
tú crees pura y sin mancha, es una in- 
“fame, está .deshonrada, tiene una hija»? 
¡On! ¡Vergúenza!, ¡vergúenzal, ¡vergúen-. 
za! 
Y don Pablo hacía rechinar los dien- 
tes, y. 6e ¡arrancaba los cabellos con 
desesperación. 
—Yo no podré resistir a la miseria— 
exclamaba—. Antes pondré fin a mis 
días. Vale más ser suicida que mendigo; 
al menos, para los hombres de mi clase. 
Y levantando la frente y agitando la 
cabeza, como el desesperado que toma 
una firme resolución, añadió: 
«+ ¡Basta de escrúpulos, de temores y 
de necias preocupaciones! Luisa será la 
esposa de Alejandro de San Marino; de 
lo contrario, ¡ay de ella! ¡Que sufra. los 
remordimientos de conciencia, pues es 
lu sola criminal! ¡Que devore en el fondo 
de su alma su vergiienza! ¿Qué me im- 
porta? Dentro de poco tendré en mis ma- 
nos un. arma terrible, y me obedecerá 
ciegamente. y 
El marqués volvió a continuar sus pa- 
seos, y viendo que el reloj marcaba las 
dos de la madrugada, dijo: 
—¿No habrá podido llevar a cabo mi 
encargo? Esperemos. El sueño no descen- 
dería sobre mis párpados. Cuando 88 
siente arder un infierno en el corazón, 
o. se duerme. q eÑ : 
“El marqués, como si el ambiente de la 
habitación no fuera bastante para respi- 
rar, abrió la ventana. 
La embalsamada brisa del jardín pe- 
netró en la sala, oreando la abrasada, 
 
	        
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