LOS DOS HERMANOS. 19
convierto; y si no hubiese sido por el Saboyano
que pasa por aquí todos los años con su banasta
de libros á la espalda, arrebaño con todo á la mi-
tad de precio; pero el tunante se encontraba por
casualidad en San Quírico y quiso su parte, por
lo que hubimos de ponernos de acuerdo Clairain-
val de Abrecheville, él y yo. No baja de cincuenta
francos el perjuicio que me irrogó el maldito Sa-
boyano, en cuyo bolsillo fueron á parar; pero se
la he jurado y me la pagará. ¿No le parece á V., se-
ñor Florencio, que los drogueros al por mayor,
como yo, deberían tener el derecho de impedir á
esos pilletes entrar en los pueblos?
—Yo no sé nada, respondí horrorizado. ¿Pero,
cómo los hermanos Rantzau le han vendido á us-
ted esos libros a) peso? ¿Nada han conservado de
la biblioteca de su suegro, hombre instruído, unó
de nuestros contados burgueses que sabían algo?
—Nada absolutamente; los cuatro mil volúme-
nes de la biblioteca han tenido igual destino. Digo
mal, ahora recuerdo que el señor Juan se quedó
con el Código civil y el señor Jaime con la Histo-
ria de los Condes de Dabo, antiguos señores de
la comarca; y yo me he reservado un libro de vie-
Jas canciones ¿entiende V ? añadió haciendo un
guiño, de pasatiempos de pastores y pastoras; sin
embargo, aunque muy divertido no vale de mu-
cho nuestro Beranger. Pero entre V., señor Flo-
rencio, pues aquí en la tienda hace frío, y ya que
no viene nadie mejor estaremos cerca de la es-
tufa.
.—Gracias, le dije, no siento frío. Lo que qui-
sierasyseñor Claudel, es que me hiciese V. el
favor de mostrarme cuantos le queden de esos li-
- bros.
—No hay inconveniente, me contestó.
Y levantando la voz, llamó á su mancebo Juan
autista, mozo más estúpido áun que su amo, con
la boca siempre abierta y ademán de bendito.
—Mira, le dijo el señor Claudel, cuando salió á
a tienda, acompaña al señor Florencio al desván
y enséñale los fajos de papel.
—Sí, señor, respondió Bautista.
subimos la escalera, él delante, respirando
Por la nariz, y yo detrás pensativo y afligido y di-
ciendo para mis adentros: :
—Todo lo han vendido, todo. Trabajad, sudad
Sangre y agua para semejantes yernos. Si el viejo
Juez de paz pudiese abrir de nuevo los ojos, los
maldeciría hasta la sexta generación. Y pensar
que se envían misioneros á China, cuando exis-
- ten entre nosotros centenares de miles de entes
lan bárbaros que se venderían las obras maestras
del género humano, Bufón, Cuvier, Jussieu, la
quicio pedia y todas las bibliotecas de Europa á
dos sueldos la libra si en su poder las tuviesen.
¡Dios mío! ¿en qué país vivimos? ¡Y á los padres
JeSuítas les parece que ya hay demasiada gente
Instruída!
En esto llegamos al desván. Juan Bautista quitó
a cobertera de la ventana, y á la luz que penetró
Por esta, ví en un rincón, debajo de las tejas, un
montón de tomos descosidos, las tapas á un lado
y en otro las hojas recortadas dispuestas'en altas
y bien ordenadas pilas, cuyo espectáculo me re-
volvió el corazón; y como allí arriba hacía mucho
frío y Juan Bautista tiritaba, le dije:
_ —Bajemos, ya he visto cuanto quería. Gracias,
Juan, y dásélas también á tu amo.
—Quedará V. complacido, me respondió.
Y sin atravesar la tienda, me salí por el pasillo
Y me dirigí directamente hacia casa.
WE
Desde aquel día hasta el fin del invierno sólo'
me ocupé en la clasificación de mis plantas y de
mis insectos; notando que me faltában todavía mu-
chos, hasta de los del lugar; pero á lo menos su
sitio vacío estaba marcado anticipadamente en el
herbario y en los cartones. Sólo se trataba, pues,
de hallarlos, á cuyo efecto hice propósito de escu-
driñar bosque, malezas y valle, por la primavera,
á fin de completar mi colección.
- Noté también en esa época, con íntima alegría,
que mis hijos sentian, como yo, inclinación hacia
el estudio de la naturaleza ; todas las noches su-
bían á vermi obra, y áun me ayudaban á extender
las hojas secas, sin romperlas, lo que requiere
manos delicadas; dándoles yo todas las explica-
ciones al alcance de su edad, que escuchaban ma-
ravillados. :
Julita, sobre todo, era de fácil comprensión, si
bien Pablo tenía más retentiva, por estar ador-
- nado de la memoria de las cosas, cuyo origen re-
- conoce la reflexión; Julita retenía mejor los nom-
-bres, tanto, que hubiera podido recitarlos todos
de coro.
Esto me hizo reflexionar, más adelante, que
para la infancia no existiría otro estudio mejor
que el de los vejetales y de todo cuanto se halla
en el campo, granjas y jardines. Para los niños
todo ofrece el atractivo de la novedad, se impre-
sionan más que nosotros, y lo que entonces se
aprende no se olvida nunca. ¿Qué otro estudio po-
dría sérles más útil? ¿Por ventura todas las ciencias
naturales, como la física, la química yla medicina,
no se reiacionan con él? ¿Y dónde hallaría el es-
píritu alimento más sano, sólido y provechoso?
Tales reflexiones me hice entonces, y creo que
no me equivoqué.
Durante aquellos días mi mujer, que no pen-
saba más que en su vaca, arregló el establo y dis-
puso las cosas de manera que el forraje cayese
desde lo alto del granero en el pesebre; en fin todo
estaba presto, no faltando más que la bestia, y
Dios sabe si Ana María se movía para hallar una
de su agrado. o : ¿
Todos los miércoles por la mañana se asomaba
á la ventanilla de la cocina para ver llegar al ju-
dío Elías, y tan pronto le descubría al cabo de la
calle, atravesaba apresuradamente el comedor, di-
ciendo:
—¡Ya está ahi!
El viejo judío, con todo y ostentar galas tan poco
esplendentes como una mugrienta blusa, gorra
de piel de carnero rapada y monda, una cuerda
ceñida á los lomos y un palo de serval colgado de
la muñeca por una tira de cuero, era recibido
como un embajador y obsequiado por mi mujer
con pan y aguardiente.
—Esta vez sí que he dado con-lo que le con-
viene á V., señora, decía Elías, entornando los
ojos, que los tenía pequeños y tiernos, y dejándose
caer en una silla. ]
Desgraciadamente Ana María quería una vaca
que reuniese tantas cualidades, que á' menudo, al
subir de nuevo al comedor luego después de ter-
minada la clase de la mañana, la encontraba aún
discutiendo con el judío. : cf
Por fin este perillán, que si hubiese querido ha-
bría habido mucho tiempo que nos hubiera podido
proporcionar una buena vaca, pero que se-apro=
vechaba del entusiasmo de mi mujer para darnos
una gorra todos los miércoles, compareció una
mañana con una corpulenta y hermosa vaca'co-
lor café con leche, con pintas blancas en el:testuz-