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condujimos la vaca al establo, cuyo pesebre es-
taba ya henchido de forraje. .
Ana María estaba tan contenta, que no pensó
más en afearme que hubiese dudado de un hom-
bre tan honrado como era Elías. ON
En esto llegó la hora de clase, adonde me si-
guieron Pablo y Julia. e
Aquella misma noche la vaca nos dió cuatro
litros de leche, lo que no me admiró, pues era
lógico suponer que Elías, antes de traérnosla,
había estado tres ó cuatro días sin ordeñarla,
como hacen todos los judíos, para que estas apa-
renten buena ubre. Al día siguiente la vaca nos
dió dos litros por la mañana y otros dos por la
noche, lo que se repitió durante ocho días, á pe-
sar de los asíduos cuidados de Ana María, que no
decía nada. En vista de lo que ocurría, al octavo
día escribí á Elías para que pasase á recojer su
vaca y nos trajese otra que diese á lo menos siete
litros de lecHe, en atención á que la que nos ha-
bía proporcionado no daba más que cuatro; ad-
virtiéndole que al día siguiente sin falta le espe-
rábamos. A ' q
El judío acudió puntualmente, pero sin vaca, y
sostuvo respecto de l: objeto de desave-
nencia, que. esta reunía todas las cualidades que
antes dijera, pretendiendo que si no daba más de
cuatro litros de leche era debido á lo malo del fo-
rraje; á lo que objeté, que no era al forraje á lo
que había que atrib
nistraba el animal, sinó á su édad, como sabía él
perfectamente. E
—Bueno, pues, esta tarde ó mañana traeré
otra, respondió Elías. :
—Está bien, tráigala V. y veremos si apro-
vecha. ME AAA pS
En efecto, al día siguiente compareció con otra
vaca, no sólo más vieja que la primera, sinó que
comía más y daba aún menos leche, ,
Mi mujer estaba consternada, yo indignado; y
esta es la razón por la cual escribí á Elías que si
continuaba tomándome por juguele, y no me traía
una vaca joven y de leche fresca, que reuniese
todas las cualidades estipuladas en el contrato,
me vería obligado á citarlo pa ante el juez de
ñ
paz, á fin de exigirle el cumplimiento de sus pro-
mesas, con más los daños y perjuicios proporcio-
nales á la pérdida que nos había irrogado con el
retardo; dándole sólo dos días de término.
La carta salió por la noche, y al día siguiente á:
las diez de la mañana ya estaba Elías en mi casa
con una vaca montañesa pequeña, de grandes te-
tas, largos cuernos, abultado vientre, y las patas '
cortas y algo zambas. : a Ao s
Al primer golpe de vista conoci que la bestia
era excelente, y dije sonriendo:
—Gracias á Dios, Elías; me parece que por fin
ha tenido V. buena mano. Dese V. una vuelta
por acá dentro de quince días, y si...
—No tendré que volver, repuso el judío, pues
esta es una de las mejores vacas de la montaña.
Y ahora permitame V. que le diga que no tenía
razón en mandarme la carta que me ha mandado,
pues todos estamos expuestos á engañar ó ser en-
gañados; cuando le proporcioné las otras vacas,
creí que eran buenas, y me equivoqué; nada más.
—Lo que es con esta que hoy me ha traído, le
respondí, no se ha equivocado V.,* estoy seguro;
y esto le demostrará que con perseverancia tarde
ó temprano todo se alcanza. !
Elías se fué sin querer oír más, quedando yo
convencido de que el pequeño compromiso que
habíamos firmado contribuyó en gran manera á
sacar á flote el negocio. Si todos los campesinos
hiciesen como yo, los judíos cumplirian siempre
a poca leche que sumi-
LOS DOS HERMANOS.
.
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sus promesas; mas para ello deberían saber escri-
- bir, y nuestros padres jesuítas quieren ellos solos
saber, alegando que no deben mandarse los chi-
cos á la escuela, ni inquietarse por los bienes ca-
ducos de la tierra, de cuyas teorías se aprovechan
los judíos y otros muchos que no son judíos.
Tan pronto Elías se hubo marchado, la vaca se
puso á comer con buen apetito, y al día siguiente
por la mañana la vaca nos dió tres litros y medio
de excelente leche y otro tanto por la tarde, si-
guiendo así durante años.
Mi mujer comprendiendo entonces lo bien que
hice en formalizar el contrato, se volvió, si es po-
sible, todavía más sumisa. Nada hacía que no me
lo consultase; y la satisfacción de tener leche,
manteca y queso sin verse obligada á acudir todos
los días á comprarlo á los vecinos, la hacía com-
pletamente dichosa.
Puede afirmarse que nada es más útil y necesa-
rio al mismo tiempo á las familias reducidas como
la nuestra, como poseer una vaca, pues además
de la leche nos dá el mejor abono para la agri-
cultura. :
VIL
Dudo que en la tierra pueda gozarse dicha
mayor que la que disfrutábamos nosotros en aquel
tiempo, sobre todo cuando llegaron de nuevo los
esplendentes días de la primavera y mi hijo Pablo
pudo acompañarme en mis excursiones de los jue-
ves. Daba gusto verle, con el rostro ennegrecido
por el sol, encaramarse como un cabrito al través
de las malezas y luego volverse corriendo á mi
encuentro y gritando:
—Mire V., padre, un hircus silvestre y una lu-
ciérnaga gris perla. Abra V.. la caja; aprisa, aprisa.
¡Y qué cosecha vamos á hacer en este día!
Estaba, el pobrecito, más contento que yo.
Aquel año fué también muy abundante para
todo el mundo; cosechose trigo, centeno y avena
tanto cuanto quisiéron; y á pesar de la sequía, no
faltaron el heño y las patatas. E
La comuna habría ofrecido el espectáculo de la
-paz y de la prosperidad, á no ser los desventura-
dos Rantzau, que lejos de ponerse de acuerdo, se
odiaban todavía más, á causa de lo que ahora diré:
Durante las vacaciones, hacia el otoño, los dos
niños regresaron de Falsburgo y de Molsheim, y
al día siguiente al de su llegada cundió por el lu-
gar la voz de que la señorita Luísg había ganado
todos los premios de las clases á que concurría en
el convento; mientras Jorge no había traído nada
absolutamente del colegio. Desgraciadamente era
cierto; y ello me apesadumbró, pues para uno y
otro sentía igual cariño y comprendía que á mo-
tivo de esto iba á recrudecer el encono que se pro-
fesaban sus padres. ee
Los vecinos todos, todo ese enjambre de coma-
dres que se pasa el tiempo charlando en las puer-
tas de la calle sin cuidarse de sus quehaceres, se
encaminó á casa de Juan para ver los libros y co-
ronas que trajo Luísa. :
—Véanlos Vds. allí, encima de la cómoda, les
decía el viejo Juan, halagado en su orgullo.
Y levantaba de vez en cuando los visillos de la
ventana para espiar lo que pasaba en casa de Jaime,
cuya puerta permanecía cerrada. ; :
Lo que ocurría en casa de este último, no se
sabía, pero era de sospechar que el padre de Jorge
no estaba satisfecho.
Mi mujer quiso también llegarse á casa del a)-
calde; pero me opuse á ello, diciéndole que no está
bien ir á ver precipitadamente á los que triunfan,