tado á punto de perecer á manos de ese infame?
DE PARIS, O
bian visto aun á Felipe, corrió en su busca, despues de mandar im--
periosamente que le acompañasen dos trabajadores de los empleados
en las canteras. | |
—¿Te ha sucedido alguna desgracia? —preguntó afectuosa-
mente el abate 4 su ami go. 5
—Precisamente á mí, no, qe contestó con visten Felipe.
— ¿Has encontrado á Medard?
-—Síi,
>e- Y le hd muerto ?
—Mas fácil hubiera sido que me matára él á mí. | A
—¿Y Hartmann?
—Puedes encomendarle á Dios. El infeliz ha pagado con su vida
su abnegación estremada.
— Ahora lo comprendo todo repuso con tristeza el abate. —
Sin embargo, cuéntame, cuéntame algunos pormenores de lo ocur-
rido, ss ER
Felipe refirió, en efecto, minuciosamente el trágico fin del ale-
man, y la lucha que habia tenido que sostener él con el hombre de
los subterráneos. - |
— ¡Pobre mublindio caia entonces Chavigny dirigiendo
4 su amigo una mirada compasiva.— ¿Con que segun eso, has es-
— ¿Te admira mi debilidad ? ¿No es cierto? |
—De ninguna manera, Felipe. Considero , por el contrario, tu.
derrota, como la cosa mas natural del mundo; harto sé por espe--
riencia que el hombre de la noche tiene una forocidad de hiena, y
Unos puños como un hércules. - |
-—Verdaderamente que es así. Sin embargo, no trato de dió:
culpar mi flaqueza, ó mas bien mi abandono, pues : á haber estado
- Mas sobre mí, tal vez hubiera tenido que dejarse atravesar el cuer-
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