Full text: Las catacumbas de París o La venganza de un reo condenado a muerte

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878 LAS CATACUMBAS 
Los. canteros aterrados no aguardaron á que se les repitiese la 
“recomendacion, mientras que Chavigny cogiéndose del brazo de 
Lussan le obligó tambien á apretar el paso. ! 
—Chavigny—dijo entonces Felipe, como si reflexionára, pero 
cediendo al mismo tiempo al impulso que le daba su amigo.—No sé 
cuáles puedan ser actualmente los proyectos de Medard. 
—Ni nos hace falta tampoco el saberlos — contestó con resolu- 
cion el abate. —En estas circunstancias debemos tener bastante con 
presumirlos, y creo que no los tomarás por muy pacíficos. 
—Sin embargo, escúchame; presumo que no debemos temer 
particularmente su venganza. Él fué como tú mismo has dicho ha- 
ce poco, quien nos salvó la vida en nuestra primera escursion, 
cuando nos perdimos en estos sitios ; él quien te sustrajo Juego á la 
: venganza y á los malos tratamientos de los monederos falsos; y final- 
mente, él quien me perdonó la vida ahora poco cuando ya la creia 
E perdida entre sus manos. De todo lo cual se deduce que nosotros ; 
por lo. menos , le merecemos alguna distincion. 
—Mira, Felipe: yo no puedo ni quiero adivinar cuál sea el 
objeto de su incomprensible conducta; pero sí te sé decir, que nin- 
guna palabra nos ha dado á ninguno de los dos de tratarnos 
siempre con la generosidad que hasla e y yo verdaderamente 
temo que dicha generosidad se le acabe. | 
— ¡Bah! esos son temores infundados , supuesto que la espe- 
riencia hasta ahora nos acredita lo contrario, — repuso Lussan ; — 
mientras que si yo te digo que Medard no se vengará tan cruelmen-. 
te de nosotros, es. porque tengo algun antecedente de ello. 
— ¡Hum! —replicó el abate con aire de desconfianza. — No soy 
de parecer que nos fiemos mucho de ese hombre peligroso. Me acuer- 
do, efectivamente , de que Medard nos estaba escuchando aquella 
noche que nos per dimos en las canteras, y de que al oir Rs 
. 
  
  
  
 
	        
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