O LA MÁRTIR DE SU HONRA DELTA
—¡Ah, vamos! —dijo Jiménez. —Hay mujeres de por
medio; entonces ya no me extraña. ¿Y va usted a per-
pro ahí mucho tiempo? |
— No, señor. Saldré en cuanto haya pasado 1 un hombre,
que me interesa no me vea. |
_ —¿El marido?
—No; la mujer de que se trata es soltera.
—Entonces será el padre. |
— Justamente.
Pasados algunos momentos, Julián salió de su A dscdnd |
te, dirigióse a la calle, y pudo ver a don Ramón entrar
en su Casa. | e | | .
Entonces' dijo a su amigo:
—Ya pasó el peligro; ahora estoy a su disposición.
El hombre que había sorprendido a Julián era Arturo
Jiménez, uno de los amigos de Víctor de Castro, a quien
llamó la atención la maniobra del bohemio, no pudiendo
menos de interrogarle, como hemos visto.
Arturo y Jalián eran - conocidos; pero no mediaba
entro ellos una gran amistad.
Apenas hubieron salido a la calle, preguntó Arturo:
—Pero ¿quiere usted q decirme 2 qué obedece ese
temor que manifestaba?
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Julián le Ada la historia de sus amores y. la. ci |
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