Full text: Tomo 1 (001)

   
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
   
     
LA CIEGA DEL MANZANARES. 
—¡Ay qué gracia! 
Todo este ruido y esta animación distraía á la 
joven, pues desde su arribo á Madrid había estado 
encerrada en el chamizo del barranco, donde lle- 
gaban apagados los rumores de aquel alegre y po- 
puloso barrio. 
Sin embargo, estaba triste, faltándola muy po- 
co para llorar, porque aquella alegría indicaba 
que las personas que pasaban á su lado eran di- 
chosas. | 
¿Por qué no había de tener ella motivos para 
serlo también? i 
¡Oh! Si los que la codeaban y la empujaban al 
paso se hubieran penetrado de su situación, á buen 
seguro que no la insultarían con las manifestacio- 
nes de su regocijo. 
La Tuerta de vez en cuando la dirigía ds pala- 
bra para animarla. 
—Vamos—la decía, —que donde yo te llevo vas 
á recoger mucha guita... ¡verás cómo nOs regala- 
mos! Al fin acabarás por acostumbr arte á esa vida 
callejera. : 
[e —¿Pero cuándo voy á «beber?... la sed me so- 
Toca... | 
—Ya beberás, lechuza. 
Ambas desembocaron en la calle de Toledo por 
la de los Estudios. 
Al llegar poco antes de San Isidro, oyó Adela el 
ruido de una fuente de vecindad. : 
—¡Aquí hay agua! —exclamó gozosa. 
 
	        
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