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186 LA CIEGA DEL MANZANARES.
Ceres y Baco se daban la mano, brindando á la
gula y la intemperancia sus mejores productos.
Del techo pendía un aparato particular, que se-
ñalaba la metamorfosis del velón antiguo en el
quinqué moderno.
Su objeto ostensible era el de iluminar; pero más
bien servía para llenar de humo las paredes y to-
dos los objetos, pues de su mecha, empapada en
aceite, se desprendía más tufo que luz.
Como una galantería, habían puesto sobre él
una pantalla verde para que los parroquianos se
hicieran la ilusión de que la luz no podía ofender
la vista.
Y efectivamente era así.
La claridad se presentaba tan tímida, que no
quería ofender á nadie.
Quitaba trabajo y venta á los ópticos.
En el momento á que nos referimos era de
noche.
El personal, 6, por mejor decir, la parroquia de
la tasca estaba completa.
En la primera pieza, los vecinos del barrio, con
sus blusas de trabajo, bebían, hablando tumultuo-
samente.
Los albañiles, del yeso y la cal; los carpinteros,
de la madera.
Pero todos hincaban un poco el diente en las
personas que los daban de comer.
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