954 LA CIEGA DEL MANZANARES.
tiempo había estado oculto á sus miradas, y que
ahora con tanta ingratitud los recibía.
Las tranquilas aguas del Océano comenzaron
á agitarse, y bien pronto los dos buques que á cor-
ta distancia uno de otro marchaban, viéronse con-
vertidos en juguetes de las olas.
Estas habíanse trocado en montañas de agua,
que con furia loca barrían las cubiertas de las em-
barcaciones, al mismo tiempo que el huracán hacía
crujir sus palos.
Capitán y piloto hacían los mayores esfuerzos
para contrarrestar el efecto de la tormenta; pero
todo era en vano.
La tempestad arreció. Las nubes y el mar pa-
recían haber perdido el natural equilibrio, confun-
diéndose en un solo elemento, que amenazaba des-
- truir los dos buques.
- De pronto uno de éstos comenzó á zozobrar, y
hubo que recurrir á las hachas para derribar el palo
mayor, que arrebataron las olas.
El buque, próximo á hundirse, flota al sentirse li-
bre de aquel peso; pero entonces se pierde el timón,
y el barco queda á merced de las olas.
La tripulación, aterrada, aguardaba, temblando,
su último instante, sin acertar siquiera á balbucear
sus oraciones que el miedo les ha hecho olvidar.
De pronto óyese un grito terrible de dolor. El
buque, falto de guía, se precipitó sobre la embarca-
ción amiga.
Nada pudo impedir tan desastroso choque.
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