LA CIEGA DEL MANZANARES. 1089
El jefe del presidio hizo sonar la campanilla que
había sobre la escribanía de su mesa, y al llama.
miento se presentó López.
—Ahí va ese penado para que le ingreses en la
segunda brigada.
Casimiro hizo una ligera inclinación de cabeza
ante el jefe, y salió tras el empleado.
Después de recorrer algunas galerías y de atra-
vesar un patio, entraron en un vasto salón del piso
bajo, más sucio y destartalado, si cabe, que la pri-
mera pieza donde tallaron á Casimiro.
En el centro veíase una enorme tina llena de
agua. E
—Vamos, amiguito—le dijo López,—que buen
baño nos vamos á dar ahora, |
Casimiro no respor 1ió, pero miró la tina con
ojos espantados. | i
—¿No oyes? —le díjo López con enfado. —¿Qué
haces que no te has desnudado?
En aquel momento entró el encargado de aquel
departamento con un envoltorio debajo del brazo,
y una tijera, un peine y un estuche de navajas en
la mano. | e
-—Vamos, hombre—dijo, al ver entrar á aquel
hombre, López.—¿Qué haces que no te desnudas?
Casimiro se hizo cargo de su situación, y. aho-
gando su dolor inmenso se despojó de sus ropas y a
se metió en la tina.
TOMO Il, % A