Full text: Tomo 2 (002)

  
  
529 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
postas, situada al margen de la carretera, convi- 
daron á Luis á sentarse á:la puerta. 
Habría transcurrido una media hora, cuando vió 
llegar otra silla de posta. 
De ella vió que descendían dos caballeros. 
La sorpresa de Rivera fué grande; una densa 
palidez cubrió repentinamente su rostro al cono- 
cer en los dos viajeros al generai y al coronel. 
—¡Malo! —murmuró el joven. | 
Si me han visto tratarán de librarse de mí por 
- cualquier medio. 
Bueno es estar prevenido por lo que pueda ocu- 
erEr. i | 
El general se quedó parado en el quicio de la 
puerta, y llamando la atención del coronel, le se- 
ñaló á Rivera, exclamando: 
—¡Buen encuentro! ¿Eh, capitán? | 
—Me han visto, —murmuró Rivera acercándose 
á ellos. —Veamos por dónde se descnelgan. 
El fingimiento es el mejor recurso á que puedo 
apelar. | | 
Luis, al acercarse á ellos, les estrechó la mano 
exclamando: 
—¿Cómo ustedes por aquí? 
—Se termina nuestra licencia y regresamos á 
España,-—repuso el general. 
—Lo mismo que yo,—agregó Rivera. 
¿Sólo que ustedes volverán contentos? 
—¿Y usted de mala gana?—le interrumpió el co- 
ronel. e 
  
  
  
A 
 
	        
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