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LA CIEGA DEL MANZANARES, 691
A veces vemos las facciones de una persona que
ya no existe, y su voz, que ya no resuena, sé acer-
ca á nuestro oído.
La misma Tuerta trató de persuadirla de su
error con una sagacidad cruel, y lo consiguió á
medias.
—No, no te engaño—la decía, al mismo tiempo
que la alejaba de aquel sitio.—No era tu hermana,
por las señas que tú me has dado de ella. |
¡Ah!... Si hubiera sospechado lo.más mínimo,
no huiríamos, no. ¿Crees que no tengo yo tantos
deseos como tú de encontrar á.tu Isabel?
Ya me voy cansando de tenerte en mi compa-
hía... consumes más de lo que produces, y dedica-
da á cuidarte, á servirte de lazarillo, no puedo ha-
cer otras cosas más lucrativas que haría estando
sola. - | ES
Además, eres una perturbación en mi casa; has
sembrado la discordia entre mis dos hijos; antes
se toleraban; ahora, por tu causa, no se pueden
ver, y el mejor día van á venir á las manos.
No; si Dios nos pusiera delante de tu Isabel, no
hnirlatidn de ella; al contrario, te dejaría en su
poder, reclamándola los rent que te he dado
en estos cuatro meses... y sería preciso que me los
abonara, ó nos oirían los sordos. )
Estas, que parecieron razones admisibles, te-
niendo en cuenta la avaricia de la infame vieja,
medio convencieron á la infeliz de que había sido
víctima de una ilusión.