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LA CIEGA DEL MANZANARES.
El aguijón de los celos penetró en el pecho de
Emilia al llegar al pueblo.
] —¿A qué obedece esta separación tan innecesa-
ria como inesperada? ¿Es preciso este cambio de
aires para mi Antonia?—se preguntaba Emilia.
¡Se amarán!—Pensó la infeliz esposa.
Pero arrepentida é indignada consigo misma
por aquella sospecha, exclamó: |
_—¡Es imposible! Esto senía el colmo de la mal-
dad. Sería un crimen. Es mi hermana, come mi
pan, el pan de mi bija... |
¡Imposible! —repitió con energía; pero allá en 1 el
fondo de su alma, allí donde sólo su conciencia po-
día: penetrar, oía una voz terrible ne la decía:
—¡Te engañan miserablemente: se aman.
Todos los domingos Antonio iba á ver 4 su. es-
posa, y se mostraba con ella amable y cariñoso,
Cuando Emilia le hablaba de regresar ó su casa, oa
Antonio se mostraba contr ariado, y decia:
- ¿—Aúnm es pronto: esta vida que hacéis convie-
ne á la niña. Más adelante regresaréis. o
Y esta respuesta tan sencilla desesperaba á Emi-
lia, haciendo tomar cuerpo en su mel nte á la idea
que había concebido, y Ane ' en vano rechaza aba 1 h=>
dignada. i O E
- En tanto aproximábase la hora del alambramien-
to de Juana. dc da
Día terrible el que se DRA -aba.