Full text: Tomo 2 (002)

  
  
    
    
    
     
860 LA CIEGA DEL MANZANARES. 
y haciendo resaltar los méritos que para con ellas 
había contraído Casimiro. 
—Por defendernos, por salvarnos á Adela y á 
mí, se encuentra ese infeliz luchando con la muer- 
te. ¿No cree usted, doña Gumersinda, que estamos 
mi hermana y yo en el deber de hacer algo por ese 
Infeliz? 
—:¡Quién lo duda! Otra cosa, sería pecar de in- 
gratitud, y ustedes, que son buenas y bien naci- 
das, no pueden ser ingratas nunca. Ahora bien, 
¿qué es lo que hace falta hacer? Quieren usteues 
que Manuel se encargue de este asunto; ¿no es 
eso?... 
—Eso es lo que habíamos pensado, por más que 
lamentemos las molestias que esto pres propor- 
cionarle. 
—¡Molestias! Nada de eso: mi hijo es muy 
vicial, y no vacilará un momento en hacer cuanto 
- pueda. Lo primero es saber si el que vive es Casi- 
miro; ¿no es eso? ) 
—-Sí, señora. 
—Bueno; pues dentro de dos horas estoy aquí 
con la respuesta. Ahora mismo voy á decírselo á 
mi hijo, no sea cosa que se vaya al ministerio, y 
me cueste hacer un viaje á la Puerta del Sol. 
  
Vaya, hijas mías, hasta luego. Ya lo saben us- 
-tedes: dentro de dos horas estoy aquí. 
Y salió precipitadamente, decidida 4 no parar 
hasta dejar hecho el encargo de las jóvenes. 
Tal era su caráter y sus condiciones de bondad. 
   
     
  
  
 
	        
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