Full text: El capitán Corcoran

  
  
  
     
A 
  
AVENTURAS MARAVILLOSAS. 83 
de Brahma, y Siva del loto de Visnú, no ha habido 
en la tierra un hombre más generoso que vos; podeis 
hacer justicia y perdonais. Si, he mentido, he mata- 
do, he robado y hecho más juramentos falsos que se 
necesitarian para que la bóveda celeste se rompiera 
en mil pedazos y me aplastase bajo sus escombros; 
pero desde hoy soy vuestro por completo y por toda 
la vida. Baber jamás ha tenido amo, pero en adelan- 
te tendrá uno. 
—¿De qué proviene este repentino entusiasmo?— 
preguntó Quaterquem que no entendia el indostano, 
pero que miraba con asombro la exaltación y gestos 
de Baber. 
—De haber reconocido á su amo,—dijo Corcoran 
en francés para no ser comprendido del indio.—Este 
tigre ha conocido su debilidad ante mí y de hoy más 
me será leal: yo entiendo en eso. E 
—Poco más Ó ménos te será leal como tu Luisina. 
—¡0h!—replicó Corcoran,—¿puedes comparar mi 
hechicera Luisina con este terrible y feroz mamarra- 
cho? Es una verdadera blasfemia... pero mira el cam- 
po inglés; conozco la colina y el rio de que Akbar me 
ha hablado. Echa el ancla en este bosque de palme- 
ras que se halla á unos seiscientos pasos de los cen- 
tinelas.—Luego volviéndose á Baber añadió: —¿Te 
entregas a mí, no es verdad? Está bien, te acepto. 
Y le tendió la mano que Baber besó, y en pié de- 
lante de Corcoran aguardó sus órdenes. - 
CAPÍTULO XVI. 
DE COMO BABER NO PUDIÉNDOSE HACER AGRADABLE 
SE- HIZO ÚTIL. 
El campo inglés cubria casi toda la colina. Diez y 
ocho mil europeos constituian la principal fuerza de 
aquel ejército; seis mil sikes y cuatro mil gurkas del 
Nepal, soldados robustos, pacientes, animosos y te- 
mibles siendo bien-mandados, ocupaban las dos alas 
del ejército. Los ingleses el centro. No se habia que- 
rido emplear contra Corcoran los regimientos cipa- 
yos, de cuya fidelidad se sospechaba. Además de los 
ialccaoncerraba-el campo una multitud de mer- 
caderes de toda especie al servicio de las tropas. Esos 
mercaderes traian consigo sus mujeres é hijos y á ve- 
ces criados. Innumerable cantidad de carros agrupa- 
dos en aparente desórden llenaban las avenidas. Aun- 
que se distase mucho del enemigo y no hubiese co- 
menzado la guerra, Barclay conocia de sobras á Cor- 
coran para no estar bien prevenido. Porque era nues- 
tro antiguo amigo el coronel Barclay, elevado á gene- 
ral por efecto de la rebelion de los cipayos, quien man- 
daba de nuevo el ejército dirigido contra Corcoran. 
Barclay mereciera este peligroso honor por sus he- 
róicas hazañas. Nadie despues del general Hayelock, 
y Colin Campbell, habia contribuido más á la derro- 
ta de los cipayos; pero nadie tampoco (cumple ha- 
cerle esta justicia) habia tratado tan cruelmente á los 
vencidos. Los ahorca tan pronto como puede, escribia 
á lord Braddock su jefe de estado mayor, y por su 
camino los árboles llevan menos frutos que ahorca- 
dos. En suma, era un brayo, honrado y digno gentle- 
man, muy persuadido de que el mundo fué hecho 
para los gentlemen, y que el resto del género huma- 
no fué hecho para limpiar las botas de los gentlemen. 
Iban á dar las doce. Barclay quedó solo en la tien- 
da é iba á acostarse. Estaba muy contento de sí. Aca- 
baba de escribir con su estilo indostano más bello 
  
una proclama destinada á ver la luz cinco dias des- 
pues y anunciar á los maharatas que el gobierno in- 
glés en su alta sabiduría habia resuelto librarlos del 
yugo de un malvado llamado Corcoran que se apo- 
derara con el fraude, el dolo y el asesinato del reino 
de Holkar. Una vez escrito ese trozo de elocuencia, se 
adormeció; mas aunque no dormia del todo, soñaba, 
y en su sueño se veia en la cámara de los lores y en 
la abadia de Westminster. ¡Ensueños deliciosos! 
Tomadas estaban sus precauciones; tenia bajo sus 
órdenes el ejército más formidable que hubiese he- 
cho la campaña en el Indostan. El maharajá por des- 
confiado que fuese habia de ser sorprendido, pues 
iban á invadir su reino sin prévia declaracion de 
guerra; y aun quizás (pues Barclay no ignoraba la 
conspiracion de Doblefaz si bien no era cómplice su- 
y0), y aun quizás, decimes, habria muerto antes de 
que Barclay pasase la frontera. Y entonces ¿qué ad- 
versario encontraria? 
Luego la victoria no era dudosa. 
Luego Barclay entraria sin dificultad en Bagavapur. 
Luego daria á Inglaterra un reino más como Clive, 
Hastings y Wellesley. 
Luego su parte de botin no podia evaluarse en me- 
nos de tres millones de rupias. 
Ahora bien, con seis millones de francos y el títu- 
lo de vencedor de Bagavapur el general Barclay ha- 
bia de obtener forzosamente un asiento en la cámara 
de los lores y un título de marqués. Para mayor se- 
guridad compraria el marquesado en Inglaterra, con- 
dado de Kent. Cabalmente á cinco leguas de Duvres 
á orilla del mar se alza un castillo nuevecito, Oak 
Castle, construido por un comerciante londinense que 
se arruinó en el momento de ir á retirarse bajo sus ha- 
yas y encinas. Ese castillo estaba en venta, y tenia en 
rededor tres mil hectáreas de tierra, bosques y prado, 
Juan Barclay lord Andover no se encontrará apu- 
rado para amueblar el castillo de Oak. Merced al 
cielo, lady Andover (poco antes mistress Barclay) fué 
dotada de admirable fecundidad... cuatro hijos y seis 
hijas. El mayor, llamado Jaime, será lord Andover, 
Es abanderado de caballería y da grandes esperan- 
zas á su madre, pues ha adquirido ya dos mil libras 
esterlinas de deudas. Los otros tres... 
En el momento en que Barclay iba á soñar en e] 
porvenir de los otros tres, le sacó del sueño un gran 
ruido que se oia á pocos pasos de distancia de la 
tienda. 
—Señor,—decia en indostano una voz suplicante, 
—quiero hablar al general. 
—¿Qué le quieres decir?—preguntó un edecan con 
brutal tono. 
—Señor, solo puedo esplicarme en presencia del 
general. 
—Vuelve mañana. 
—¡Mañana será tarde! —dijo el indio. 
Intentó otra yez entrar; pero Barclay oyó el rumor 
de otra lucha y de un puñetazo descargando en una 
cabeza. Luego el edecan gritó: 
—¡Hola! ¡dos hombres! Que se lleven á ese bellaco 
y que se le tenga hasta mañana bien guardado. 
—¡Mañana!—exclamó el infeliz indio;—mañana 
habreis muerto todos. 
Al oir esas palabras Barclay saltó de la cama, se 
calzó deprisa los pantuflos y llamó en el gongo. Al 
punto se presentó su ayuda de cámara indígena. 
—Dice,—le dijo el general, —¿de qué proviene ese 
estrépito? 
 
	        
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