10 : BIBLIOTECA , MORAL, CIENTÍFICA Y LITERARIA
del brazo occidental, inmediatamente de-
bajo de la catarata, por un canal especial;
después la construcción de la máquina
destinada á transformar en movimiento
de propulsión la velocidad de las aguas.
A este efecto, una serie de ruedas debían
poner en acción cierto número de pistones
que lanzarían el petróleo por muchas bom-
bas á la vez, á un conducto subterráneo
principal unido al tubo transatlántico.
Iba, pues, á ser necesario construir á
orillas del Niágara un nuevo estanque á
donde vendría á parar el petróleo de Drill-
Pit. Dichosamente la distancia no era más
- que de veinte kilómetros. Cuanto al petró-
leo de Nueva York, Raymond esperaba
que la fuerza de propulsión impresa al
aceite mineral sería suficiente para que
una corriente secundaria, partiendo direc-
rectamente de Far-Rockaway para lanzar-
se en el sifón submarino, fuese empujada
por el torrente. Si se realizaba su espe-
ranza, se debía poder conservar y utilizar
el primer estanque. Pero sobre este punto,
como sobre otros, había que remitirse á la
- experiencia.
En apoyo de sus explicaciones, llevaba
el joven inventoruna cartera llena de cifras
que ponían al menos un hecho fuera de
- duda: el de que hacía muchos meñes se
preocupaba de la eventualidad que había
surgido y que no olvidaba nada para re-
- pararla.
Ebenezer quedó tan satisfecho con todo
- aquello, que su enfermedad se curó casi
- como por encanto. Dijo que no quería ha-
- blar más de médicos y que desde el día si-
guiente pensaba ponerse en camino con
Raymond para ir á estudiar sobre el te-
- rreno la cuestión del Niágara. Pero, por
lo pronto, pretendía comer, y, lo que es
- más, comer judías con tocino como en
-Drjll-Pit. Podrían decir lo que quisieran
su hija, el cocinero francés y los lacayos.
Todo el mundo estaba muy contento de
verlo de aquel modo. Mistress Curtiss no
opuso más que una débil resistencia á to-
- dos aquellos deseos, y no tuvo por qué
sentirlo, porque Ebenezer se encontró al
día siguiente en excelente disposición y se -
levantó fresco y a á a su
viaje.
en algunas horas se encontraron al pie de
Raymond y él tomaron el ferrocarril Y
ES ; las famosas cataratas. Uno y Otro las co».
nocían muy bien por haberlas. visitado
muchas veces; pero jamás habían experi-
mentado una emoción comparable á la de
aquella vez. Parecíales á arabos que por
primera vez comprendían la imponente
belleza del Niágara. La idea de que se
atrevían á querer servirse como de un ins--
trumento de aquel «cataclismo permanen-
te,» penetrábalos de una especie de temor
religioso. Pero al mismo tiempo la enor-
midad de la masa de agua que se precipi-
taba en el abismo, la majestad de aquella
fueza prodigiosa, el ruido terrible de que
va acompañada, el furioso arrebato de
los torbellinos y remolinos, la trepidación
del suelo en dos leguas á la redonda,
hasta aquella bruma de diamantes que se
_matiza por encima de las cataratas con
todos los colores del prisma, como para
adornarla con un eterno iris y para acabar
de dar al espectáculo algo de sobrenatural
y de sobrehumano: todas aquellas cosas
concurrían para dar á los viajeros la con-
vicción de que al servirse de aquella fuer-
za no podían dejar de triunfar irresistible.
Cuanto más les asombraba el monstruo
con su grandeza, más seguridades les
daba sobre su fuerza. Por lo mismo que
se sentían pequeños en presencia de aquel
Júpiter tonante, sentíanse seguros de ven-
cer con su TÍ :
Después de haber pasado muchas horas
contemplándolo en todos sus aspectos,
fuéronse á comer al hotel donde la viu-
da del capitán Webb, muerto al inten-
tar franquear el abismo, vende á los visi-
tantes el retrato del heroico é infortunado
nadador. Después volvieron á ponerse en
camino para señalar el sitio de la toma de
agua que trataban de hacer en la orilla
americana.
_ Este sitio fué elegido bien pronto. Yl
cánal debía partir de una pequeña ensena-
da, á un kilómetro apenas de la caída del
brazo occidental, y donde las aguas furio-
sas venían á chocar contra el fondo, retor-.
ciéndose como serpientes, para escapar
inmediatamente con una velocidad verti-
ginosa. Este canal, desarrollado en semi-
circulo sobre una longitud de 3.000 me-
tros, vendría á unirse de nuevo al lecho del
Niágara y á restituirle sus aguas, después ES
de haber hecho girar, como volante de má-
quina de vapor, veinte ruedas de hie--
.
rro encargadas de poner en m ovimiento