Full text: Cuaderno segundo (002)

  
    
    
   
   
  
    
    
    
    
    
   
   
    
   
    
  
  
   
   
   
    
   
  
  
  
  
  
  
  
   
  
  
  
  
10 : BIBLIOTECA , MORAL, CIENTÍFICA Y LITERARIA 
del brazo occidental, inmediatamente de- 
bajo de la catarata, por un canal especial; 
después la construcción de la máquina 
destinada á transformar en movimiento 
de propulsión la velocidad de las aguas. 
A este efecto, una serie de ruedas debían 
poner en acción cierto número de pistones 
que lanzarían el petróleo por muchas bom- 
bas á la vez, á un conducto subterráneo 
principal unido al tubo transatlántico. 
Iba, pues, á ser necesario construir á 
orillas del Niágara un nuevo estanque á 
donde vendría á parar el petróleo de Drill- 
Pit. Dichosamente la distancia no era más 
- que de veinte kilómetros. Cuanto al petró- 
leo de Nueva York, Raymond esperaba 
que la fuerza de propulsión impresa al 
aceite mineral sería suficiente para que 
una corriente secundaria, partiendo direc- 
rectamente de Far-Rockaway para lanzar- 
se en el sifón submarino, fuese empujada 
por el torrente. Si se realizaba su espe- 
ranza, se debía poder conservar y utilizar 
el primer estanque. Pero sobre este punto, 
como sobre otros, había que remitirse á la 
- experiencia. 
En apoyo de sus explicaciones, llevaba 
el joven inventoruna cartera llena de cifras 
que ponían al menos un hecho fuera de 
- duda: el de que hacía muchos meñes se 
preocupaba de la eventualidad que había 
surgido y que no olvidaba nada para re- 
- pararla. 
Ebenezer quedó tan satisfecho con todo 
- aquello, que su enfermedad se curó casi 
- como por encanto. Dijo que no quería ha- 
- blar más de médicos y que desde el día si- 
guiente pensaba ponerse en camino con 
Raymond para ir á estudiar sobre el te- 
- rreno la cuestión del Niágara. Pero, por 
lo pronto, pretendía comer, y, lo que es 
- más, comer judías con tocino como en 
-Drjll-Pit. Podrían decir lo que quisieran 
su hija, el cocinero francés y los lacayos. 
Todo el mundo estaba muy contento de 
verlo de aquel modo. Mistress Curtiss no 
opuso más que una débil resistencia á to- 
- dos aquellos deseos, y no tuvo por qué 
sentirlo, porque Ebenezer se encontró al 
día siguiente en excelente disposición y se - 
levantó fresco y a á a su 
viaje. 
en algunas horas se encontraron al pie de 
Raymond y él tomaron el ferrocarril Y 
  
ES ; las famosas cataratas. Uno y Otro las co». 
   
nocían muy bien por haberlas. visitado 
muchas veces; pero jamás habían experi- 
mentado una emoción comparable á la de 
aquella vez. Parecíales á arabos que por 
primera vez comprendían la imponente 
belleza del Niágara. La idea de que se 
atrevían á querer servirse como de un ins-- 
trumento de aquel «cataclismo permanen- 
te,» penetrábalos de una especie de temor 
religioso. Pero al mismo tiempo la enor- 
midad de la masa de agua que se precipi- 
taba en el abismo, la majestad de aquella 
fueza prodigiosa, el ruido terrible de que 
va acompañada, el furioso arrebato de 
los torbellinos y remolinos, la trepidación 
del suelo en dos leguas á la redonda, 
hasta aquella bruma de diamantes que se 
_matiza por encima de las cataratas con 
todos los colores del prisma, como para 
adornarla con un eterno iris y para acabar 
de dar al espectáculo algo de sobrenatural 
y de sobrehumano: todas aquellas cosas 
concurrían para dar á los viajeros la con- 
vicción de que al servirse de aquella fuer- 
za no podían dejar de triunfar irresistible. 
Cuanto más les asombraba el monstruo 
con su grandeza, más seguridades les 
daba sobre su fuerza. Por lo mismo que 
se sentían pequeños en presencia de aquel 
Júpiter tonante, sentíanse seguros de ven- 
cer con su TÍ : 
Después de haber pasado muchas horas 
contemplándolo en todos sus aspectos, 
fuéronse á comer al hotel donde la viu- 
da del capitán Webb, muerto al inten- 
tar franquear el abismo, vende á los visi- 
tantes el retrato del heroico é infortunado 
nadador. Después volvieron á ponerse en 
camino para señalar el sitio de la toma de 
agua que trataban de hacer en la orilla 
americana. 
_ Este sitio fué elegido bien pronto. Yl 
cánal debía partir de una pequeña ensena- 
da, á un kilómetro apenas de la caída del 
brazo occidental, y donde las aguas furio- 
sas venían á chocar contra el fondo, retor-. 
ciéndose como serpientes, para escapar 
inmediatamente con una velocidad verti- 
ginosa. Este canal, desarrollado en semi- 
circulo sobre una longitud de 3.000 me- 
tros, vendría á unirse de nuevo al lecho del 
Niágara y á restituirle sus aguas, después ES 
de haber hecho girar, como volante de má- 
quina de vapor, veinte ruedas de hie-- 
. 
rro encargadas de poner en m ovimiento 
   
    
  
  
  
  
  
 
	        
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