Full text: El marido de dos mujeres

  
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EL MARIDO DE 
DOS MUJERES. 
  
tracion, de un desfallecimiento general, contra 
los cuales le era imposible combatir. 
Dejó por tanto caer su cuerpo hácia atras 
sobre el escuálido colchon, y un sueño profun- 
do, casi letárgico se apoderó de él enseguida. 
Apénas acababa de cerrar los ojos, cuando 
Gillona, olvidando la sumision pasiva de queella 
habitualmente parecía hacer profesion en su 
trato con Hilda, cogió á ésta del brazo y le dijo 
con vehemente voz: 
—¿Estás loca, desgraciada? Olvidas que nos- 
Otros estamos tan pobres que de un diaá otro 
puede faltarnos el pan? 
—Más bajo, madre mia, interrumpió la jóven. 
vais á despertar á nuestro desconocido, ... 
—¿Me explicarás lo que significa esa promesa 
dearrojar dos mil libras en los crisoles de un loco? 
—Loco para vos, respondió Hilda, pero no 
para mí. ¿No os acordais de que yo, yo tambien 
soy adepta á las ciencias ocultas á las que él ha 
consagrado su vida? Sin duda nosotros tenemos 
una estrella comun, puesto que nuestros sueños 
son parecidos y nuestras ambiciones las mismas, 
y quiero por tanto dividir esa fortuna conside- 
rable que él nunca alcanzaría sin mí, y yo nun- 
ca alcanzaría sin él. ¿Lo comprendeis ahora, 
madre mia? 
—Yo sólo comprendo que tú te alimentas de 
ilusiones vanas. 
—Vos decis, 2lusiones....yo digo realidades, 
el porvenir nos dirá quién de los dos se engaña. 
—Pero es que nosotros somos pobres, y si 
quisiéramos vender á cualquier precio todo lo 
que encierra este desvan (que es lo único que 
poseemos) con gran trabajo podríamos reunir 
doscientas libras. 
—Ya lo se... 
—¡Y bien! ¿Dónde p:ensas entónces adquirir 
la gruesa suma de que ese indivíduo há me- 
nester? 
—Se la pediréá una persona que nome la 
Dozará. 
—¿A quién? 
—A mi hermana de leche, Diana de San 
Gildas. 
La anciana mujer 
replicó: 
—Diana no tiene nada suyo, y la condesa, su 
madre, es pobre con relacion á una mujer de su 
rango....Casi tan pobre como nosotras... 
—La quedan joyas, diamantes.... 
—¿Y esperas que censienta en deshacerse de 
ellos para satisfacer tu capricho? 
—Yo hago más que esperarlo; estoy segura de 
ello. Ella no tiene otra voluutad que la de Diana, 
y Diana hará lo que yo la mandaré hacer, 
—¿Entónces te habrás propuesto ir á visitar 
la condesa á su pequeña casa de losbordes del 
Marne? 
—3i....y vos vendreis conmigo, madre mia. 
—¿Cuando? 
—Mañana tal vez. Hace ya tiempo que mi co- 
razon me impulsa á llevar á cabo este viaje. 
¡Tengo tantos deseos de abrazar á Diana! Bien 
sabeis que la amo como si fuese mi hermana. 
—Y por esto es por lo que quieres despojarla, 
—Para hacerla rica despues. 
—¡Sea!, murmuró la anciana mujer. Haz lo 
que te plazca. 
se encogió de hombros y 
  
  
—¡Gracias!, dijo Hilda sonriendo. 
—Y ahora, si quieres creerme, replicó Gillona 
vencida, pero no convencida, ensayaremos dor- 
mir durante algunas horas. Has cedido tulecho, 
ven á compartir el mio. 
—Guardadlo entero para vos, madre mia, yo 
dormiré sobre uno de estos escaños. 
Gillona no se lo hizo repetir dos veces. Ella 
se dirigió á su desmantelado lecho y segundos 
despues, el ruido de su respiracion igual y so- 
nora indicaba que dormía con profundo sueño. 
Hilda, no siguió el ejemplo de su madre. Du- 
rante la noche, sus grandes y sombríos ojos 
permanecieron abiertos, lo que no la impi- 
dió soñar.... sólo que ella soñó despierta. 
Una hora más tarde, un rayo de sol penetra- 
ba en aquel desvan, primera traicion á las mise- 
rias de su mezquino mueblaje. El caballero Ge- 
rardo de Noyal, hizo un ligero movimiento; sus 
- párpados se abrieron, y el primer objeto que 
hirió su vista fué el divino rostro de la jóven 
que, en pié y á su lado, la estaba contemplando. 
Gerardo, se sintió liberalmente deslumbrado, 
y si nuestros lectores quieren acordarse del rá- 
pido cróquis trazado por nosotros de la mara- 
villosa beldad de Hilda, ellos comprenderán 
este deslumbramiento. 
Hilda, quizás no era coqueta (por ahora no 
nos atreveríamos á afirmarlo); pero era mujer, 
y, á este título, ella podía desde luégo ilusionar- 
se con la gran impresion que había producido, 
ya que por su parte tambien ella habia encon- 
trado digno de llenar su sueño á su jóven hués- 
ped. 
—¿Cómo os encontrais, caballero? preguntó 
ella conmovida al verle despierto. 
—Perfectamente, señorita, gracias á vos; res- 
pondió Gerardo afectado de su agitacion profun- 
da... Gracias á vos que detuvísteis misangre..... 
y meacojísteis con la caridad de un ángel..... 
porque ¿sois vos sin duda quien ha hecho todo 
esto? 
—¿Me hallo tan cambiada desde anoche, bal- 
buceó la jóven sonriendo y ruborizándose á la 
vez; me hallo tan cambiada que no hayais po- 
dido reconocerme? 
—Mi corazon los reconoce..... vuestra voz es 
la misma..... pero apénas nabía reparado en to- 
dos vuestros atractivos..... 
Despues de una ligera pausa, Gerardo añadió 
llevándose sucesivamente la mano á su frente y 
á su pecho: 
—Ahora, vuestra imágen está grabada aqui..... 
y aqui..... y nada en el mundo, os lo juro, po- 
dría borrarla un sólo instante. 
Estas palabras fueron pronunciadas con tal 
ardor, que sin quererlo, al escucharlas, la jóven 
bajó los ojos. 
Gillona continuaba durmiendo. 
Hilda entonces replicó, apartando la con- 
versacion del objeto en que el caballero la ha- 
bía precipitado. 
—Os había prometido que cuando despertá- 
seis, mi madre y yo estariarzos de acuerdo so- 
bre la cantidad, sin la que vuestros trabajos 
permanecerían estacionados. Mi esperanza no 
ha sido vana. Mi madre ha comprendido fácil- 
mente la razones que yo la daba. Todo está ya 
corriente entre nosotros, Desde hoy vamos á 
  
 
	        
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