Full text: El marido de dos mujeres

  
42 
  
KL MARIDO DE DOS MUJERES. 
  
—Sí, —murmuró el enmascarado—hallar esa 
niña .... encontrarla á cualquier precio 
—Está bien;—replicó el Lince—se hará todo 
lo posible. ¿Cuándo será preciso ponerse en 
acecho? 
—Desde mañana. 
—Acordado. 
El Lince sacó al punto de su bolsillo un lá- 
piz y una cartera, que abrió. 
—Permitidme tomar algunas notas, —dijo él.-- 
¿El nombre de pila de la señorita Saint-Gildas? 
Lo he olvidado..... 
—Diana. 
—¿Qué casa ocupaba últimamente? 
—Una pequeña casa en la Varenne. 
—¿Cuándo desapareció? 
—Hace dos meses; al siguiente dia de la 
muerte de su madre. 
—¿Nada indicaba por su parte, la intencion de 
poner fin ásu vida? Vos comprenderéis que 
sería un absurdo buscarla si ella estuviese en el 
fondo del Marne. 
—Nada absolutamente..... Ella ha cogido los 
vestidos y ropa blanca que la pertenecian, y se 
ha hecho conducir en un faeton á París. 
—Está bien;—dijo el Lince, metiendo la car- 
lera en su bolsillo. 
—A hora, —replicó M. de Thianges, —decidme 
el precio que señalais al servicio que de vos es- 
peramos. 
—Yo no puedo señalar precio al Sr. Mar- 
qués..... Prefiero mil veces confiarme á su gene- 
rosidad. 
—S€a..... Hé aquí dos mil libras. Un anticipo 
para los primeros gastos..... El dia en que ven- 
gais á decirme que la señorita de Saint-Gildas 
se ha encontrado..... 
—Aquel dia, —interrumpió el señor enmasca- 
rado, pedid sin miedo..... pues os juro que por 
grande que sea vuestra ambicion, quedará sa- 
tisfecha. 
El Lince hizo un segundo saludo, hasta casi 
dar con la frente en el suelo. 
—¡Voto á brios!—exclamó él—hé aquí un 
modo de tratar los asuntos á lo gran señor..... 
El Regente no diria igual..... 
El gentil-hombre enmascarado hizo un li- 
gero movimiento, que reprimió enseguida. El 
Lince replicó: 
—¿Dónde y cuándo deberé yo dar una res- 
puesta al señor marqués? 
—De hoy en ocho dias, durante la soirée, en 
el Palacio real. : 
—Los guardias y lacayos me prohibirán la 
entrada. 
—Voy á firmaros una órden..... Pedid lo ne- 
cesario para escribir. ' 
En tanto que el Lince se apresuraba á en- 
contrar una pluma, tinta y papel y que M. de 
Thianges trazaba algunas lineas, Gerardo de 
Noyal y la pretendida Viola Reni, habian apa- 
recido sobre la galería que dominaba la sala, y 
se habian detenido. 
—Gerardo,—dijo la jóven;—tú puedes desde 
luégo comenzar á ejecutar el papel que te ten - 
so confiado..... ¿Quiénes son esos hombres? 
Y señalaba al grupo compuesto de Santiago 
D'Aubry, 
carado. 
del Marqués y del personaje enmas- 
  
  
  
  
  
  
  
  
—El primero, aquel que escribe, —respondió 
Gerardo,—es el marqués de Thianges. 
—¿El amigo del Regente y su capitan de 
guardias? 
—Sí. El segundo, que está inclinado sobre la 
mesa en que el Marqués escribe, es Santiago 
D“Aubry, llamado el Lince, un truan que puede 
muy bien sernos útil. 
—¿Y el tercero? 
—Ya ves, está su rostro cubierto con un an- 
tifaz. 
—¿Y no se puede adivinar un rostro bajo una 
máscara? Sus maneras, su traje..... 
—Sí, esa presencia, esos modales... . es el 
mismo. Hilda, ese hombre enmascarado es Fe- 
lipe de Orleans, regente de Francia. 
—¿Estais seguro? 
—SÍ, SEguro. 
—¡El Regente aquí! 
—¿Por qué no?-Lugares más inmundos que 
este figon han sido más de una vez visitados 
por su Alteza. 
La aventurera jóven dejó caer el velo sobre 
su rostro y se apresuró á bajar. 
—¿Que vas á hacer?—preguntó vivamente 
Gerardo. ] 
—Presentarme yo mismo á su Alteza en de- 
manda de una audiencia que mañana iba á so- 
licitar en palacio. 
—¡Ten cuidado Hilda! 
—¿De qué? 
—Es muy atrevido lo que intentas hacer. 
—¿No conoces el proverbio antiguo: Za Jor- 
tuna ayuda 4 los audaces? Más de una vez le he 
dado la razon. 
Y la hija de Gillona, bajando la escalera y 
atravesando la sala, fué á situarse resuelta. 
mente cerca de la puerta que se abria sobre 
la calle de San Honorato. 
El marqués de Thianges habia acabado de 
escribir: al punto, se dirigió hácia el hombre 
, enmascarado. Este último hizo un gesto que 
* Claramente significaba: —Salgamos. 
Ambos se dirigieron del lado de la puerta. 
Cerca de ella, Hilda, destacándose de la pared 
contra la cual se apoyaba, les obstruyó el 
paso... 
—Dejadnos sitio, —dijo M. de Thianges. 
La joven no obedeció; pero, inclinándose de- 
lante del hombre del antifaz, le dijo: 
—Perdon, Monseñor. 
—¡Monseñor!—repitió con tono 
el personaje, al cual ella se dirigió. 
—Vuestra Alteza Real ¿se dignará concederme 
una audiencia de breves minutos? — replicó 
Hilda con voz bastante baja. 
El Marqués intervino. E 
—0s engañais, señora;—gritó él con impa- 
ciencia. 
—No, Sr. de Thianges, yo no me engaño. 
Sé que tengo el honor de hablar á Monseñor 
Felipe de Orleans. Regente de Francia. 
—¿Me habeis reconocido?—preguntó el Re= 
gente. 
—Yo no los conocia. 
—¿Entónces? , 
—¡Ah, Monseñor, cuando sepais mi nombre, 
Cormprenderéis que mis miradas adivinan un 
de sorpresa 
.Postro bajo la máscara que quiera ocultarle. 
 
	        
© 2007 - | IAI SPK

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.