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EL MARIDO DE
-.e
DOS MUJERES. 0)
rogar, buscar, hacer hablar á todo el mundo.
Todo esto cuesta un sentido, y el señor Marqués
comprenderá sin gran trabajo, que nosotros no
estamos en disposicion de hacer grandes ade-
lantos.....
—¿Lo cual quiere decir que os hace falta
dinero? —preguntó al capitan de guardias.
—Si, señor Marqués.
—¡Mucho dinero! —apoyó Cupido.
—Se os dará. Hé aquí un bono de 5000 libras.
¿sta suma, gupongo, 05 bastará por ahora.
—Con una estricta economía, procuraremos
que nos sea suficiente.
—En seguida que hayais vuelto á encontrar
la pista, —continuó M. de Thiages—me dirigi-
réis todas esas noticias sin perder un minuto.
Hé aquí una órden que pone á vuestra disposi-
cion los correos.
—Se hará así, señor Marqués.
—Obrad pronto, y pensad en la recompensa.
Inútil es que nos la recordéis..... esas Cosas
no se olvidan.....
— Jamás, jamás! —apoyó Capido.
M. de Thianges bizo eonar un timbre. Un
criado apareció.
—Se os vaá conducir junto al tesorero de
Palacio, donde recogeréis el valor del bono que
os he entregado.—dijo el Marqués—id.
Los dos hombres salieron precedidos del
criado.
—¿Qué piensa vuestra Alteza real de todo
cuanto acabamos de oir?—preguntó el capitan
de guardias, cuando se halló á solas con el Re-
jente.
—¡Ay, Marqués! —respondió tristemente Fe-
lipe,—yo no sé por qué, pero no tengo esperan-
zas ningunas sobre esos rufianes. Un vago pre-
sentimiento me dice, que ellos explotan mi ar-
diente deseo de hallar á la hija de Herminia;
solo la ciencia de Viola Reni es mi único Cons
suelo.
VII.
HELION Y DIANA.
En tanto que el Lince y Cupido seguian al
doméstico encargado de conducirles á la casa
del tesorero, ellos se cambiaban una mirada
significativa, y el primero, aproximando sus lá-
bios al oido del segundo, murmuraba:
—¿Cinco mil libras? ¿Qué dices tú á esto?
—¡Una verdadera ganga! —respondió Cúpido
con el mismo tono. ;
—Y esto no es mas que á Cuenta...
—Lo que equivale á decir que tenemos un
filon de oro.....
Las cinco mil libras fueron pagadas en oro
¿ Sántiago D'Aubry, y los dos bandidos, siem-
pre precedidos del criado, ganaron uno de los,
patios interiores del Palacio. ]
En el momento que ellosiban á atravesarlo
para llegar á la calle, vna Carroza blasonada se
detuvo delante del vestíbulo, y de esta carroza
bajaron un gentil-hombre y una Señora, en tra-
ge de córte enteramente fegro. ,
El Lince y Cúpido se detuvieron Un instante
para mirarlos, -
—¡Este caballero! —murmuró el Lince,—me
parece que yo le conozco.
—Creo haberlo visto en otra parte, —dijo Cú-
pido.
—Amigo mio, ¿quién es ese señor?—pregun-
tó el Lince al criado.
—El Marqués de Saillé, lugarteniente de los
guardias de su Alteza.
—El amigo del Vizconde de Hércules..... Es-
tá bien, pensó Santiago de Aubry, despues en
alta voz dijo:
—¿Y esta gran señora vestida de negro que
le dá el brazo?
—Su señora, hace pocos dias que el Marqués
se ha casado, y la presentacion de su mujer
tiene lugar esta noche.
Terminadas estas indagaciones, con sobrado
fánimo y bolsa repleta, el Lince y Cupido se
fueron derechos al hotel del Cisne de la Cruz, y
hubieron al cuarto de Viola Reni que les espe-
raba.
La hija de Gillona, ya vestida con un ricó
traje de color de fuego, se disponia á partir pa-
ra el palacio real, pero antes deseaba conocer
los resultados de la entrevista de Santiago Au-
bry con M. de Thianges.
; —Y bien,—preguntó ella, —¿qué ha ocur-
rido?
—La cosa mejor del mundo, señora,- res-
nondió el Lince,—la noticia referente á la mar-
cha para Orleans ha producido su efecto.
—¿Y que se os ha ordenado?
—Partir para Orleans y proseguir las pes-
quisas.
— Pues yo os mando indagar tambien, pero
en Paris y por mi cuenta.
—NOo faltaremos.
—¿Se os ha pagado con largueza?
Santiago hizo una mueca significativa.
—Medianamente, señora, medianamente,—
respondió él.
—Pues yo 0s pagaré como una reina, —dijo
Viola Reni.
El Lince volvió sobre sus talones y ya iba á
dejar aquella estancia, con Cúpido, cuando cre-
yó oportuno decir:
—Una palabra, señora. Me preguntásteis el
otro dia acerca de un cierto Marqués Helion de
Sail...
—Sl..... ¿y bien?.....—preguntó Viola avi-
damente.
—Nada. Puesto que vais esta_noche al Pala-
cio real, allí le vereis con su señora.
—¡Con su señora, habeis. dicho! —exclamó
Viola, —¡Con su m ujer! —repitió ella.
—Sí, y por cierto que es una lindisima
rubia.
—;¡Casado él!
—Hace algunos dias.
—¡Casado, vamos, eso es imposible!
—Y tan posible, señora, como que nosotros
hemos visto á la marquesa con nuestros pro-
pios 0j0S. ,
El despecho y la rabia hicieron despedir al
punto á aquellos dos farsantes, pero en el mo-
mento Gerardo entró. El halló. á su antigua
amante pálida, conmovida, los 0J0s despidien-
do sangre. se
—¿Qué ocurre?—preguntó él,