Full text: El marido de dos mujeres

  
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66 EL MARIDO DE DOS MUJERES. 
  
—¡Pero no caeremos solos! Diana de Saint- 
Gildes nos seguirá, 
—¡Oh! callar, callar,—exclamó el Marqués 
con furor,—os prohibo pronunciar el nombre 
de ese ángel. 
Sin parecer haber oido esta interrupcion, 
Viola prosiguió: 
—¿Qué llegaráá ser de esa niña sencilla y 
pura, que cobardemente habeis engañado, dán- 
dole una mano que no os pertenecia? 
—'¡Cállate, cállate! se 
—A la ternura, á la confianza que le mere- 
ceis, sucederán el ódio, el menosprecio, la des- 
esparacion..... y la desesperacion mata..... lo 
entendeis*.... mata. 
—¡Es vesdad!—balbuceó Helion. 
En aquel momento, un timbre colocado en 
el salon, resonó. 
—¿Ois ese timbre, señor Marqués?—repuso 
Hilda,— él me anuncia que el Regente baja al 
departamento de su hija. 
—El Regente, —repitió Helion anonadado. 
—El viene, el se acerca, héle aquí. Si que- 
reis arrancar mi máscara, os aconsejo que lo 
hagais ahora, la ocasion es propicia. 
Viola Rení salió del salon por una puerta, 
y Casi al mismo tiemp Felipe de Orleans entra- 
ba por otra, 
  
XIII. 
FELIPE Y VIOLA. 
El Regente paseó sus miradas alrededor del 
salon, en el que esperaba hallar á Viola Reni. 
Viendo que M. de $5aillé se hallaba solo, se di- 
rigió hácia él 
—Tengo. un gran placer en hallaros aquí, se- 
ñor Marques, —le dijo él.—Venís á ofrecer vues- 
tros respetos v los de la Marquesa de Saillé á la 
condesa Reni, mi hija. 
—Monseñor, —balbuceó el gentil-hombre con 
indecible embarazo. 
—Yo hubiera deseado, sin embargo, no ha- 
beros hallado solo con la condesa, —repuso el 
Regente,-—¿Qué hace vuestra esposa? 
—Ya tuve el honor de decirselo ante ayer 
á vuestra Alteza; la Marquesa no está bien de 
salud..... por Otra parte..... ella es muy tímida, 
unmundo demasiado brillante la deslumbra. 
—Timidez de colegiala que pasará bien pron- 
to. No olvidad que he escogido á la señora Mar- 
quesa para desempeñar el cargo de primera 
dama de honor de la Condesa Reni. 
—Temo, monseñor, que mi esposa no pueda 
ocupar ese puesto. 
—¿Por qué? 
—La marquesa de Saillé es de una familia de 
provincia, y desea volver á su pais natal. 
—¿Acaso intentará tan presto separarse de 
vos, que no podeis seguirla, puesto que los de- 
beres de vuestro empleo os retienen en París? 
—No, monseñor, tambien me tomaré yo la 
libertad de ofrecer á vuestra Alteza mi dimision 
de lugarteniente de sus guardias..... 
—¡Quereis abandonarme, señor Marqués!— 
exclamó el Regente con tono desdeñoso. 
—Con un profundo sentimiento, monseñor, 
E EoibS: 
  
pero es preciso..... ¿Vuestra Alteza acepta mi 
dimision? 
Hacedla trasmitir por mi capitan de guar- 
dias, el cual os comunicará mi respuesta. ¿No 
estais de servicio esta noche en el Palacio 
real? 
—Nó, monseñor, á menos que un suceso im- 
previsto. Es el Conde de Nosi..... 
—El conde de Nosé ha solicitado y obtenido 
un permiso de cuarenta y ocho horas. Habeis 
debido, por tanto, recibir una órden de oficio. 
—Dios guarde á vuestra Alteza real, —mur- 
muró Helion inclinándose. 
Al punto salió de Palacio, y, sin perder un 
minuto, se hizo conducir á Ja calle de San 
Una órden de servicio, firmada por el Mar- 
qués de Thianges, se hallaba, en efecto, en su 
hotel hacia dos horas. 
—¿Qué significa esto?—se preguntó él con 
angustia. —El único camino que me resta para 
salvar mi tranquilidad es el de llevarme á Dia- 
na, huir con ella, llevarla al fia del mundo..... 
¡Nosotros partiremos mañana! 
Felipe de Orleans permanecia solo en el sa- 
lon de Viola Reni. 
Una puerta se abrió y la astuta mujer apa- 
reció en el umbral. 
De seguida, dirigiéndose al Regente, se ar- 
rodilló delante de él, le cogió las manos y le di- 
jo con una expresion de ternura infinita. 
—¡0Oh! monseñor, ¡qué bueno sois! 
—Llámame tu padre,—interrumpió Felipe 
ayudándola á leventar y estrechándola en sus 
brazos. 
—Si, padre, mi padre bien amado, balbuceó 
Viola Reni. 
—Siéntate un momento, —dijo el Regente, — 
juato á mi lado, pues deseo hablarte de una 
cosa bastante grave. 
—¿Una cosa grave? ¿A mi?—repitió la jóyen 
algo sorprendida y casi inquieta. 
—Voy á interrogarte, hija mia. ¿Has amado 
alguna vez? 
—A nadie, sino á-la ciencia. La giencia era 
mi solo pensamiento, mi sola ambicion, mi 
único sueño. 
—SÍ, pero ese sueño ha concluido desde que 
para tí ha comenzado una nueva existencia. 
—No comprendo...... 
—Vivimos, querida Diana, en un tiempo en 
que el odio y la envidia se ceban en todo lo 
grande, en todo aquello que sobrepuja y sobre- 
sale. Quiero apartar cualquiera murmuracion 
y he decidido casarte. 
—¡Casarme!—repitió Viola Reni con un mo- 
vimiento de estupor. 
—He dado un vistazo á mi alrededor,—pro- 
siguió Felipe, —y he hecho mi eleccion entre 
los gentiles-hombres queme rodean.... Tú eo- 
noces ya al elegido, aunque él no sospecha su 
felicidad. Es el Conde Pedro de Courtenay, des- 
cendiente en línea recta de los emperadores de 
Constantinopla. Un dia despues de su boda, él 
será principe..... Ahora esparo de tí una res- 
puesta..... Una promesa.. .. 
Viola tomó obligada una repentina resolu- 
Ao su actitud llegó á ser sumisa y resig- 
nada, 
  
 
	        
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