Full text: El marido de dos mujeres

  
EL MARIDO DE 
DOS MUJERES. 6% 
  
—Vuestra voluntad es sagrada para mí, pa- 
dre mio,—balbuceó ella. —Aunque me cueste 
un gran sacrificio (que seguramente me cues- 
ta) yo os obedeceré. 
—Gracias, hija mia, gracias, —exclamó el Re- 
gente tomando una de las manos de Viola y 
lleyvándosela á sus lábios. 
Dos minutos despues dejaba Felipe el depar- 
tamento de Viola. 
Esta última, tan pronto como hubo oido cer- 
rarse las puertas, se dejó caer sobre un asien- 
to, y sus desencajadas facciones retrataron la 
tempestad que bullia en su alma y que apenas 
ella podia contener. 
—¡Ah!—se dijo ella con una rabia que hacia 
crispar sus manos y rechinar sus dientes.—Yo 
me creia fuerte, yo me creia hábil, y viene un 
soplo á destrozar mis planes..... ¡Casada yo! 
¡Estoy perdida! 
Despues de un instante de silencio ella le- 
vantó su pálida frente. Sus ojos lanzaban chis- 
pas como la hoja de una espada. Una especie 
de sonrisa plegaba sus lábios que se habian 
puesto blancos. 
—¿Perdida?—repitió ella. —¿por qué? 
Al punto levantó un tapiz, abrió una puer- 
ta y gritó: 
—¡Gerardo!..... ¡Gerardo! 
M. de Noyal entró casi al punto. 
—¿Me llamas?—preguntó él. 
—SÍ. 
—Esa agitacion, ese desasosiego..... ¿Qué 
pasa? 
—Una idea extraña se ha apoderado del Re- 
gente..... El quiere casarme. 
—¿A t1?—murmuró M. de Noyal estupefacto, 
—Si, á mí, con el Conde de Courtenay. ¿Qué 
dices á esto? 
—Que es un obstáculo difícil de salvar. 
Viola se sonrió irónicamente. 
—Mañana, —dijo ella con enfadoso acento,— 
nada tendremos que temer de Diana ni de He- 
lion. Mañana me pertenecerá la carta de la 
Condesa de Saint-Gildas. ¿Por qué palideces 
Gerardo? : 
—Porque tengo miedo de comprenderte. 
—¿No eres acaso el hombre de otras veces? 
Abandóname... yo sabré sola triunfar ó morir... 
Gerardo quedó pensativo. —- 
—¿Qué es preciso hacer?—dijo despues de * 
un momento. 
—El Marqués de Saillé esta nocheá las diez 
toma el mando de los guardias del Palacio real. 
Es preciso que en esejmomento un billete le sea 
remitido. Ese billete le avisará que esta noche 
se intenta robar á su mujer dela casa de la isla.: 
—Está convenido. ; 
—Procúrame además un traje de hombre, 
—Lo tendrás dentro de dos horas. 2 
—Y luego vé á buscar al Lince y Cupido. 
Tengo que darles importantes órdenes. 
XIV. 
PRESENTIMIENTOS. 
No bien hubo dejado á Viola Reni, Felipe de 
Orleans volvió á entrar en sus departamentos 
é hizo llamar á M. de Thianges. 
  
  
——Marqués,—le dijo él; —M. de Saillé debe 
entregaros su dimision, rogándoos que me la 
presenteis. 
—V.A.R. me permite preguntarle si esta 
dimisión será aceptada. 
No 16 SORó;. 0 por alrora. En cuantoá lo 
sucosivO..... El Marqués de Saillé me tiene 
muy disgustado. El halla cada dia nuevos pre- 
textos para no traer la Marquesa al Palacioreal. 
El la ha separado de Parísá fin de sustraerla á 
mis miradas, y, sin Santiago D'Aubry, que me 
ha dado informes hace una hora, ignoraria yo 
dónde se oculta. 
—El Marqués defiende su propiedad. .... 
—¿Contra mi?—exclamó F:lipe.—¿Soy yo 
acaso un ladron de honras? La desconfianza 
del Marqués es injusta, picante, ingeniosa. 
—El adora á su mujer,—se atrevió á decir 
M. de Thianges.—El Regente de Francia es el 
primer gentil-hombre del reino. Entre la Mar- 
quesa de Saillé y él, luchan el honor y la leal- 
indu: ¡Olvidad. esa jóven, monseñor, olvi- 
dadla! 
Felipe no se mostró enojado. Estaba conven- 
cido del afecto, del profundo cariño de M. de 
Thianges, para sentirse herido con su fran- 
queza. 
-—¡Olvidaria! —murmuró él.—¿Es posible? Se 
manda á la Francia, pero no al pensamiento. 
—Pero.. .. ¿Acaso amais á la señora de 
Saillé? 
—¡La amo! 
—Esas dos palabras son harto reciasen vues- 
lra boca. 
—Si,—dijo el Regente: —la amo..... Mi cora- 
zon ha latido muchas veces, pero no de esta 
manera. Hay en la ternura: que esa mujer me 
inspira, yo no sé qué de inmaterial, de respe- 
tuoso, de casi paternal que yo mismo no sabria 
definir. 
—¡Monseñor! ¡Monseñor. es preciso que no 
volvais á ver más á la esposa del Marqués, 
—¡Es imposible! me siento arrastrado á ella 
por un poder casi sobrehumano. M. de Saillé 
está de servicio esta noche en el Palacio real. 
Nosotros iremos á verla..... ! ; 
—Monseñor, una resolucion semejante me 
espanta. 
—Partiremos los dos á caballo sin escolta. 
Lo quiero. , 
-—Os ruego, monseñor, que mediteis. .... 
—Obedeberé.....—-murmuró M. de Thianges 
inclinándose. 
. . . . . . . . . . . . . . * . 
  
El cielo amenazaba tempestad. 
Helion, con el alma dolorida por los negros 
presentimientos que le agobiaban, saltó en la 
barca, atravesó el Sena en algunos minutos, 
encontró á su caballo en la choza donde mo- 
mentos antes le habia dejado, y espoleándole 
vigorosamente, le lanzó á galope por el camíno 
de Pari3. 
Apenas hubo dejado atrás á Bougival; cuan- 
do la tempestad se dejó sentir; pero ni los re- 
lámpagos ni el viento apaciguaron la carrera 
impetuosa del gent'l-hombre. 
A las nueve y media ya habia cambiado su 
húmedo traje por el uniforme de guardias, A 
y 
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