Full text: El marido de dos mujeres

  
  
72 EL MARIDO DE DOS MUJERES. 
  
—¡Eh..... barquero! —gritó el Regente. 
Demasiado sabe el lector que ninguna res- 
puesta podia oirse. El Marqués entró ea la ca- 
baña, y salió casi al punto, diciendo: 
—Nadie, monseñor. 
—Pero el barco e:tá allí, —replicó Felipe 
mirando á la orilla. —Sí, no hay duda, y dentro 
tiene sus remos. 
—-Mas..... ¿y los remeros? 
—Los remeros, Marqués, seremos nosotros. 
XVIII. 
FELIPE. Y DIANA. 
Volvamos á la casa de la isla, en el momen- 
to en que el ruido de pasos y de voces en la es- 
planada habia puesto en fuga al Lince, Cupido 
é Hilo de Acero, y en que Viola Reni y Gerardo 
se ocultaban detras de los árboles. 
Diana, ya lo hemos dicho, reanimada viva- 
mente por el clamor de agonía de Malo, y por 
el aire de la noche que la ventana enteramente 
abierta dejaba llegar hasta ella, acababa de le- 
vantarse, 
Durante uno ó dos segundas ella paseó sus 
miradas alrededor; los vapores narcóticos obra- 
ban aún sobre su cerebro, haciendo confuso su 
peusuniento. Poco á poco. sin embargo, se 
produjo en su espíritu una claridad relativa. 
De pronto, en el silencio más profundo de la 
noche, se dejó oir una voz, era la del Regente 
que decia; 
—Ya hemos llegado. Hé aquí la casa. 
Y Felipe de Orleans, saliendo con el Mar- 
qués de Thianges de la alameda cubierta por 
los grandes árboles, entró en la esplanada va- 
cía, que los rayos de la luna iluminaban como 
en p'eno dia. 
El Regente y su capitan habian cubierto sus 
rostos con autifaces de terciopelo negro. 
Por fin llegaron á la casa. 
—¡Las puertas abiertas! —dijo Felipe con sor- 
presa.—¿Qué significa esto?..... Entremos..... 
Ellos franquearon el umbral y penetraron 
en el comedo... 
Viola, queriendo observarlo todo, se acercó 
á la ventana. 
—¿Una linterna sobre esta mesa, y nadie! — 
d'jo el Marqués. 
Felipe de Orleans dió un paso atrás con un 
movimiento de horror. Sus miradas acababan 
de caer sobre el suelo teñido de charcos de 
sangro. 
— ¡Sangre! —murmuró él.—¡Mirad, mirad, 
Thianges..... un crímen se ha cometido aquí. 
. Y cogiendo la linterna, Felipe, sin titubear, 
entró en la pieza vecina. 
Dos segundos trascurrieron, luego el Re- 
gente apareció de nuevo' en el comedor lleno 
de espanto. : 
—De Thiangos, —dijo él, —allí hay un cadá- 
ver..... el cadáver de un hombre con un Ccu- 
Chillo en el pecho. 
—Ese grito siniestro que acabamos de oir ha- 
Ce un momento, era un grito de agonía. 
—Pues volveos atrás, —ordenó el Regente,— 
  
atravesad el Sena, montad á caballo, corred á 
Bongival y traeros la marechaussee (1). 
—¿Y vuestra Alteza permanecerá solo? 
—¡Estoy armado! y por otra parte, ¿qué ten- 
go que temer? ¿Se atreverian contra el Regente 
de Francia? : . 
El capitan de guardias salió. 
Diana oyó sus pasos rápidos. 
—Se alejan, —murmuró ella.—Voy á bajar... 
despertaré á Malo. 
Dicho esto, tomó ella la bujía, que perma- 
necia encendida sobre la mesa y se dirigió há- 
cia la pnerta. 
En aquel mismo tiempo, Viola, conociendo 
la voz del Regente, se ausentó de aquel sitio 
acompañada de Gerardo. 
A esto, Felipe de Orleans, pálido bajo su an- 
tifaz, se dirigió rápidamente del lado de la 
puerta interior. En el momento en que iba á 
llegar hasta ella, se detuvo..... 
Diana, semejante á una muerta, lívida y de- 
macrada habia aparecido en el umbral con una 
luz en la mano. 
En lugar de su fiel servidor, ella se vió en 
presencia de un enmascarado desconocido. Esta 
impresion le arrancó un débil grito. 
Ella interpretó la presencia de aquel hom- 
bre como una amenaza; sus últimas fuerzas la 
abandonaron, la bujía se escapó de sus manos 
y se dejó caer de rodillas, balbuceando: 
—¡Gracia, en nombre del cielo! Cualqui>ra 
que seais, tened piedad de mí. ¡No me mateis! 
—¡0h, señora!—respondió Felipe con laimpe- 
tuosidad de un jóven. Soy yo el que tengo que 
suplicaros que desecheis todo temor. No tem- 
bleis así, os lo suplico. Mi presencia viene á 
apartar de vos un peligro inmenso. 
—¿Un paligro inmenso?—repitió la esposa de 
M. de Saillé. 
— Algunos malhechores habian invadido 
vuestra Casa..... ellos meditaban un crímen. 
—Si, si,—balbuceó Diana con una especie de 
turbacion—este sueño extraño..... esas voces 
oidas como en una éxtasis..... esa ventana 
abierta..... ese vidrio roto .... si..... teneis ra- 
zOn. 
—Dichosamente yo he penetrado los proyec- 
tos de esos miserables. 
Confiada algun tante en la nobleza y tono 
respetuoso de su interlocutor, Diana se habia 
levantado. 
—Caballero—dijo entónces ella—¿me permi- 
tíréis que os pida explicacior de vuestra pre- 
sencia en mi casa? Si rehusais contestarme, esta 
presencia, convendreis conmigo, podria pare- 
cerme bien extraña..... ; . ER 
—¿Se interroga á la Providencia—objetó Fe- 
lipe—cuando en el momento en todo parece 
perdido, ella. interviene que las cosas de aquí 
abajo? Además, añadió el Regente, es preciso 
que sepais que desearia estar siempre á vuestro 
lado para defenderos de cualquier peligro, Tal 
es hácia vos mi adoracion; adoracion, que bien 
lejos de ser una injuria, es un ardiente pero 
(1) Compañía de soldados que habia en Francia 
para perseguir y prender malhechores. Corresponde 
á las cuadrillas de la Santa Hermandad en España, 
instituidas al mismo fin, 
  
 
	        
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