DE LA SANGRE. 643
— Señora... : .
—Nada me detendrá, —replicó la jóven. —Os lo
juro por tercera vez... :
—Esto es horrible...
—Aún podemos arreglarlo todo:sin-que mi repu-
tacion padezca? tranquilizaos, pues. En último
CASO...
—Aceptaré; con una condicion.
—¿Ouál?
—Si misalvacion no puede conseguirse sin que
en lo más leve se empañe vuestro honor, yo vol-
veré á mi encierro.
—Bien.
—-Y á mi vezosjuro por la salvacion de mi alma,
que así lo cumpliré.
—Esperad. Dejadme pensar algunos momentos.
La jóven reflexionó, y al cabo de algunos
segundos dijo: :
— Venid.
Martin la siguió.
Entraron en otro aposento casi enteramente
oscuro, porque no habia más luz que la claridad
que penetraba por una puerta.
La esposa del alcaide abrió uno de tres Ó cua-
tro grandes armarios que alli se velan, y dijo:
—Entrad. :
—Pero si me encontrasen aqui, osseria imposible
defenderos... :
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