DE LA SANGRE, 495
—Esperaremos aquí.
Jorge hizo aleunas observaciones más á sus
amigos, y sin pensar que cometia una impruden-
cia, se encaminó á la morada del hidaleo Danson.
¿Quién hubiera podido asegurar que la casa de
éste no estaba vigilada otra vez?
Verdad es que Jorge no podia hacer otra cosa,
puesto que sin arrostrar toda clase de peligros era
imposible salir de aquella situacion.
Cuando llegó tuvo la buena idea de ver sial-
guien espiaba, y para esto recorrió toda la calle exa-
minando uno por uno los huecos de las puertas.
A nadie encontró, y más tranquilo llamó á la
casa del hidalgo, entrando á los pocos momentos.
La señora Brigida y Maria escucharon á Jorge
con la atencion que era consiguiente, y el plan era
inmejorable.
—Antes del amanecer, si,—dijo la anciana, in-
corporándose en el lecho,—antes del amanecer
Saldremos de aqui, y aun ahora mismo, porque he
tecobrado las fuerzas.
—Cuanto más pronto, mejor.
—Pues disponed lo necesario, y si no hay medio
de tener una silla, ó el tenerla puede comprome--
ternos, iré 4 pié.
—Eso sería una imprudencia, mi querida tia.
—Bien abrigada y con vuestra ayuda...
—No,