DE LA SANGRE, 91
repuso la dama, cuyas mejillas se tiñeron por un
momento de vivo carmin.
Y llevó la diestra sobre el corazon, oprimién-
dose el pecho y dejando involuntariamente esca-
par un suspiro.
Luego hesó respetuosamente la mano del sa-
cerdote, recibiendo de éste la bendicion.
Dirigiéronse algunas frases más.
Doña Inés salió sin poder disimular que iba
profundamente conmovida.
No hay que decir que su corazon ardia en el
fuego de una pasion intensa y devoradora, de una
de esas pasiones que se encienden contra la volun-
tad, que se sostienen á pesar de todas las luchas,
Y que no se extinguen sino con la existencia.