DE LA SANGRE. 93
sentia, y teniendo aún en la mano el bolsillo de do-
ña Inés, recibió al mensajero, escuchando la órden
y tespondiendo que inmediatamente se presentaria
en palacio,
No debia perder un instante, y apenas quedó
solo llamó al sacristan y le dijo, que avisase á los
pobres que estaban á la puerta del templo, para que
uno á uno fuesen entrando y recibiendo la limos-
ha que habia dejado un alma caritativa.
Asi se hizo.
Los mendigos fueron presentándose y recibien-
do cada cual una de las monedas que contenia el
bolsillo.
il sacerdote les dirigia cariñosas frases y les
recordaba el deber de rogar á Dios por la persona
á quien debian aquel beneficio.
Este lo hacia con el fin de hablar á Nicasia sin
que llamase la atencion el que permaneciese allí
más del tiempo preciso para recibir la limosna.
Tocóle á la madre de Martin, que se presentó,
“poyándose en las muletas y adelantando muy
trabajosamente.
Como se comprenderá, no iba por el dinero que
habian de darle, sino para representar su papel de
Pordiosera y que nadie sospechara la verdad.
Martin vive, —dijo el sacerdote apenas la vió.
—¡Ah!—exclamó ella sin poder contenerse,
—Silencio,..,