Full text: Tomo IV. (4)

DE LA SANGRE. 159 
Este se dirigió al panteon, abriendo y entrando 
mientras decia: 
—Caballero, podeis salir cuando gustes. 
Quiñones no se habia movido del sitio en que 
lo dejamos; pero su actitud era muy distinta. 
Habia envainado la espada, tenia las manos 
sobre el pecho como si quisiera contener las violen» 
tas palpitaciones de su corazon, y en su rostro, más 
que la ira, se pintaba el terror. 
Extremecióse convulsivamente al oir la voz del 
cura, lo miró un instante, y haciendo un esfuerzo 
doloroso, murmuró: 
— Vamos. 
Dirigiose hácia la puerta y salió. 
Sus pasos eran vacilantes y sus reomisalguios 
inseguros. 
No habia más que mirarlo para conocer que se 
habia debilitado sus fuerzas, hasta el punto de que 
dificilmente podia sostenerse. 
El cura lo miró con expresion compasiva. 
Sin pronunciar una palabra más subieron la es- 
calerilla, atravesaron el pasillo'y entraron en la 
sacristía. E ] 
—Caballero,—dijo Martin, —ya he terminado 
mi obra: aqui me teneis á vuestra disposicion. 
Quiñones desplegó una sonrisa profundamente 
amarga y replicó: 
—No sé si antes estaba mi razon pia ós si
	        
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