EL CAPITAN SCARTHE. 9
Dos jinetes, embozados en holgadas Capas,
cabalgaban por aquella alameda, dando la espal-
da al castillo del que al parecer acababan de
salir. Si hubiesen mirado atrás, habrian visto un
cuadro capaz de obligarles á retroceder.
Asomadas á una ventana, cuyo bajo antepecho
apenas ocultaba una parte de su cuerpo, hubie-
tan visto dos hermosas doncellas, dos tiernas
Virgenes, vestidas con su ligero traje de noche,
von sus lindas cabezas unidas, y sus desnudos
O mutuamente apoyados en sus hombros,
h blancas como el cándido lienzo que apenas
Velaba sus torneadas formas.
Pero aquel incitante cuadro no fué visible mas
a un momento. De pronto desapareció aquel
Meresante grupo como desaparece un cuadro
rolvente , y en su lugar no quedó sino el oscu-
O vacío de la ventana abierta.
Avergonzadas al verse expuestas en su semi-
éenudez, aunque no fuese mas que á las mira-
cd del cielo, las pudorosas jóvenes se apartaron
imultáneamente de la ventana hasta que el re-
AO que las deslumbrara dejó de reflejarse
08 vidrios.
, Pero por mucha que fuese su rapidez al retirar-
Se, no les impidió conocer á los dos embozados
Jinetes que bajaban por la alameda.
—¡Scarthe ! exclamó María.
— ¡Stubbs ! añadió Laura.
CAPITULO IL
UNA ASAMBLEA REBELDE.
yeotande fué la sorpresa delas dos primas al
da aquellos dos hombres ponerse en marcha á
a insólita hora y con semejante noche; pero
dor hubiera sido, si sus miradas, extendién-
Se mas allá de los límites del parque, hubiesen
po abarcar la region poblada de arboles que
ia 4 una ó dos millas de distancia al noroeste.
en n el sitio donde se cruzan los caminos que
Fe azan entre sí las ciudades de Uxbridge y Bea-
eelleld, pasando por las pueblos de Fulmer,
Oke, Hedgerley y los dos Chalfonts, habrian
fotido ver ambas primas, no ya dos, sino veinte
Detes, marchando uno á uno, ó cuando mas
DOr grupos de dos ó tres.
dos Unque cabalgaban por diferentes caminos, to-
haa ellos parecian dirigirse al mismo punto, el
al debia ser la vetusta casa de Stone Dean.
» nO á uno llegaban al sitio de convergencia, y
Nudo sucesivamente por la puerta del parque,
seguian silenciosos su camino hasta acercar-
an los muros de aquel edificio, á cuyo pié se
Peaban silenciosos tambien,
: e entregaban sus caballos á tres hombres,
A Ads á su custodia, trasponian el umbral
iS a puerta, y guiados por un jóven de broncea-
ra ez que los recibia sin pronunciar una pala-
del penetraban en un oscuro pasadizo, al fin
cual entraban en una anchurosa estancia.
de en sus trajes, vistos á la luz de la lámpara ó
y 08 relámpagos, conocíase que eran hombres
Males y de desahogada posicion, al paso que
echan capas y en sus botas llenas de polvo
gra ase de ver que habian recorrido á caballo
des distancias para llegar á Stone Dean.
Sen Atecia.cosa extraña que aquellos jinetes no fue-
A pañados de ningun criado, no siéndolo
Cir] se que los tres hombres encargados de condu-
bn caballos á la cuadra tampoco se mostraran
e atididos de esta circu ustancia, pues los tres
a elotes su cometido sin dar la menor
rd asombro ó curiosidad. Ninguno de estos
DR , librea de lacayo ó de criado, y 4 JUZzgar
ep e lalta de soltura con que cumplian aquel
er, tampoco estaban acostumbrados á él: sus
trajes indicaban que ejercian diferentes pro-
fesiones.
Dos de ellos iban vestidos como los campesi-
nos de aquella época, con algunas prendas por el
estilo de las que usaban los leñadores: cuando la
luz de algun relámpago alumbraba sus rostros,
no quedaba duda de que eran los de nuestros
conocidos Dick Dancey y Will Walford.
Por el traje del tercero no hubiera podido
adivinarse su profesion: era una mezcla de dife-
rentes modas y hechuras, como si se hubiese
vestido con prendas procedentes de muchas per-
sonas. Sus botas de gamuza hubieran podido, en
punto á elegancia, calzar sin desdoro el pié y la
pierna de un caballero; sus campanas, dobladas
por la rodilla, estaban forradas de blanquísimo
lino. Contrastaban con tan elegantes botas unos
anchos calzones de tela basta, por cuya cintura
asomaban los pliegues de una camisa de hilo fino,
pero de dudosa blancura, así como un jubon de
paño burdo, con las mangas acuchilladas y ador-
nadas con tiras de terciopelo muy inferior; se-
guia luego un gran cuello de encaje como los
que llevaban los caballeros mas almibarados y
unos puños de lo mismo, pero con la circuns-
tancia de que examinándolos un poco, advertíase
que así el cuello como los puños se habian pues-
to tal como salieron de la colada sin someterlos
á, la operacion de la plancha.
Añádase á este vestido heterogéneo un gran
sombrero de alas caidas y deformes, rodeado de
un galon de oro deslucido, pero sin asomo de
pluma ni otro adorno, y Se tendrá la descripcion
completa de la facha del tercer individuo que
desempeñaba el servicio de lacayo improvisado
en la morada de Stone Dean.
Si hubiese habido suficiente luz para que los
recien llegados hubieran podido discernir sus
facciones, probablemente se habrian qnedado
parados ante semejante personaje, y muchos de
ellos habrian vacilado en confiarle sus caballos,
por cuanto aquel individuo medio campesino,
medio caballero, era nada menos que el afamado
bandido Gregorio Garth.
Pero la oscuridad favorecia el incógnito del
buen Gregorio, que continuaba desempeñando
tranquilo y sin recelo alguno Sus provisionales
funciones.
La gran campana de la torre de la iglesia de
Chalfont acababa de dar las doce cuando mas de
veinte visitadores nocturnos se hallaban ya reu-
nidos en el salon de Stone Dean, y aun seguian.
llegando algunos rezagados, como se advertia
por las pisadas de los caballos, cuyos cascos re-
sonaban en las piedras de los caminos adya-
centes.
A la misma hora, poco mas ó menos, dos jine-
tes que cabalgaban juntos traspusieron la puerta
del parque. Siguiendo el ejemplo de los anterio-
res, llegaron delante de la casa, se apearon y en-
tregaron sus corceles á dos de los hombres que
allí estaban para recibirlos.
Ambas cabalgaduras, lo mismo que las otras,
pasaron á la cuadra, pero sus jinetes, en lugar
de entrar en la casa por la puerta principal como
todos los que les habian precedido, tomaron otra
direccion.
Tan pronto como los dos servidores se aleja-
ron con los caballos, sus amos, obedeciendo una
seña que les hizo el tercer mozo, le siguieron
por otro camino hasta llegar 4 espaldas del edi-
ficio.
Aun á la luz de la luna, si la hubiese habido,
hubiera sido difícil conocer á los dos personajes
que tan misteriosamente se alejaban de la puerta
rincipal. Ambos ocultaban el rostro en el em-
ade de sus capas, mas holgadas de lo que re-
queria el estado de la temperatura, bien que la
noche fuese tempestuosa.