Full text: Tomo 2 (002)

   
* nor ni vergúenza, 
a 
SURRECCION 
   
     
     
  
y 7 
DE ROCAMBOLE. 8 
  
  
e e 
La -A 
>—¡Oh! lo seré, : z 
—Pero acaso — dijo Esmeralda, — acaso la 
mujer de ese hombre sea inocente... : 
—Es una infame—contestó con desdén Andre- 
witsch,—una mujer perdida de vicios, sin ho- 
La condesa se sonrió de una manera que 
hizo estremecer á Esmeralda, ... 
Luego, tomando el brazo del joven le dijo: 
.—0Os convido, amigo mío, á comer. Acaso 
sea este el últin o día que pasais en Belle-Isle. 
—¡Oh! no, no partiré en todo caso antes de 
dos días, : 
-—En hora buenarepuso la condesa dejando 
qne se adelantara un poco Esmeralda, —pero 
acaso sea el último día que yo pueda recibiros. 
El joven se estremeció, Pe 
—En breve no seré ya libre—murmuró la 
condesa bajando cada vez más la voz, 
—¿Qué queréis decir? —preguntó el joven de- 
teniéndose, 
—¡Silencio! Esta noche os lo diré todo. 
La condesa se apoyaba en el brazo del pri- 
a con una especie de voluptuosidad fe- 
ril, 
Callaba, y el joven no se atrev 
el silencio, ' 
Las últimas palabras de la condesa habían 
producido en él una impresión extraña, 
Así llegaron ála quinta y entraron luego en 
el jardín, don : 
—Os permito que fuméis un cigarro, mien- 
tras voy con mi amiga á dar algunas disposi- 
ciones para la comida, 
Y la condesa subió á su aposento con Esme- 
salda, 
—Dame una 
—¿A quién? 
—A Victor. 
—¿Estás resuelta? 
—SÍ, 
—Cuidado, que puede faltarte el valor en el 
último momento, 
Una sonrisa cruel se deslizó por 
de la condesa, : 
—Dentro de dos dias—dijo—irá á París, sa- 
brá quién soy y me ultrajará con su desprecio. 
Más vale que muera, 
Y sentándose 'al ve 
que ya conocemos, 
—¿Y quién la llevará que no la pierda como 
la primera? : 
—Yo, 
-—¿Adónde? 
—A Locmaria, El vapor sale á las diez de la j 
- pue es El mismo Andrewitsch nos acompa- 
ará, 
—¡Oh!. ¡Topacio! — exclamó Esmeralda con 
admiración, —Ahora te reconozco: eres la mu- 
jer de otro tiempo, sabes pisar tu corazón, 
—(Quiero heredar—contentó simplemente la 
con esa. 
ta á romper 
pluma—le dijo;-voy 4 escribir. 
los labios 
1 
lador escribió la carta 
—Icherye 
l prisionero estaban solos en el jardín, 
- —Amigo mío—le decía la condesa,—sé bien 
gue soy una loca, pero he de dectroslo todo: 
sé que me amáis y... yo también os amo. ' 
lil apasionado joven cayó á sus pies de:ro- 
díllas, y cogiéndole las manos, se las besó con 
delirio, 
—¡Oh, repet 
mismo tiempo, 
—Callad—repuso 
ciéndose y retirando las manos, 
palabras traerían desgracia, 
—¡Desgracial 
—¡Ah!l ¿No sa 
—Quién? 
—El, z ; 
Andrewitsch se puso en pis. 
—¿Quién es él? ¿De quién habláís, señora? 
-—De un hombre que ejerce sobre mi destino 
una influencia fatal—contestó la condesa con 
voz tácita y trémula, 
—Pero ¿no sois viuda? 
—¿Entonces?... 
La condesa 1 
dijo: 
idme: esas palabras! — decía a 
—repetidmelas por Dios, ... 
la condesa como estreme- 
—Callad... 0898 
béis que os mataria? 
e cogió ambas manos y le 
—¡Ahl No sospechéis de mí, no me acuscis; 
soy inocente; pero me persigue la fatalidad» 
El joven la miraba con sorpresa, 
—Escuchad — continuó la condesa;—es un 
hombre de mundo que me ama como un loco, 
que me persigue sin descanso; en vano he quen 
rido refugiarme aquí para hacerle perder la 
pista; ya sabe que estoy en Bello-Isle, y mar 
nana... 
Abe ¿qué poder tiene ese hombre sobrg 
vos 
—¡Ah! El poder del terror, porque ese hom>- 
bre mata á todos los que se me acercan, 
El joven se sonrió desdeñosamente, 
La condesa continuó; 
—Es un amigo de mi esposo. Pasado mi luto, 
solicitó mi mano; mi familia y amigas me acon» 
pa IE aceptar el partido, pero yo no pude ras 
solverme % aceptarlo y lo rechacé. ; 
—«Mientras yo viva—me dijo entonces, —n% 
os casaréis otra vez.» 
Yo tomé sus palabras por una bravata sig 
consecuencias; pero seis meses después adqui+ 
rí la convicción de lo contrario, Un joven, 88» 
cretario de la embajada, me pidió en matrimos 
nio: era rico y guapo y me agradó, 4 
Firmóse el contrato y... la víspera de nues 
tro enlace mi prometido fué insultado por: 
desconocido, se batió al día siguiente y que 
en el campo muerto. 
Este desconocido era él. . S 
Y desde entonces—continuó diciendo la 
uesta viuda que había improvisado esta Í 
a,—desde entonces huyo de ese hombre 
   
  
Una, hora después, la supuesta viuda Duro- ] 
que 6l se canse de perseguirme. ? A 
Varias veces pd han solicítado mi manó 
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