Ó LOS TITANES DEL MAR
—Pero si para entrar en la plaza hemos de mostrar
quién somos, desde el principio,—dijo Martín,—ya habrá
tenido tiempo el gobernador de ocultarlas en algún otro
sitio donde no las podáis encontrar. i OS
.—Ya le obligaremos á que nos lo diga, —repuso Carlos.
—Bien,—dijo Cesar cortando aquella conversaeión.—
Cuando lleguemos á Porto Bello ya veremos lo que se ha
de hacer. Lo primero es llegar. EE | Ñ
— Y llegaremos, —dijo Miguel con reselución.—¿Acaso
lodudashie at. | O . 8
—Después de lo que acaba de, decir D. Martín, dudo
ya de todo. Presumía de tener perspicacia, de adivinarlo
todo y, sin embargo, ya lo veis, nuestro amigo ha hecho
una observación que á mí se me ha eseapado y que com- -
_ prendo toda la importancia que tiene. ¿Para qué cerrar
las escotillas si no iba en el barco nadie, ni llevaba mer-
a] ¿
cancías que fuera necesario ocultar? Ya veis lo que ha '
servido toda esa penetración de que yo blasonaba.
—(Quizás fuera obra de la casualidad; puede también
que yo me equivocara y ereyese que estaban cerradas y
. nO fuera: asi,—dijo Martin. Y sica a a do an >
- Ñ—No, no, amigo mio,—dijo Cesar sonriendo.—Un ojo
experimentado como el vuestro no se engaña con facili.
dad. Tenéis mucha razón. Vargas no hubiese abandonado
á las jóvenes que tenía bajo su custodia. OO E
Con esta impresión llegaron los tres amigos á Arica,
- é inútil es decir la alegría que debían de experimentar al
AS adelantados que estaban los trabajos para la expe-
- Dos días después, según pudieron apreciar, podían
embarcar la gente y emprender el camino. E