-- mera vez que le ví.
- - LA BANDERA ROJA
do respecto á su misión, cuanto de ellos con referencia al
viaje que iban á hacer. | j ]
Bien hubiera querido Bernardo acompañarles; pero el
mismo Cesar se opuso, diciéndole: - a
—Conviene que cuanto antes estés en la colonia. Al-
magro ya sabes que carece de energía, y, sobre todo, no
tiene influencia alguna con la mayoría de nuestra gente.
Por otra parte, para lo que vamos á hacer, Miguel y yo
somos suficientes, Al menos t4,—prosiguió Cesar, —sabes
que hay allí quien te espera, E PES
—Y', por cierto, —añadió Miguel, —que es muy posible
tropieces con un individuo que no te ha sido muy simpá-
tico nunca; pero que, sin embargo, no tienes más remedio
que transigir con él, porque hoy nos sirve perfectamente |
para la extracción de muchos géneros que no podríamos
despachar en la colonia. SS eN o
—Ya sé quién decís, —repuso Bernardo frunciendo el
- entrecejo. —Aquel portugués que tiene la hacienda en la
caleta de los arrecifes. ad E /
' —El mismo. Parece que se ha hecho muy amigo de
don Esteban Gurrea y van de caza algunas veces.
- —Todo eso, —dijo Bernardo,—no será suficiente para
que yo pueda cambiar la impresión que me causó la pri-
—Lo que has de hacer, —repuso Cesar,—es evitar un
- rompimiento con él, porque nos conviene. La fragata
La Ninfa puede entrar en todos los puertos. E
-——Y ¿acáso nosotres no podemos entrar también?—re-
- puso Bernardo.—¿Le hemos necesitado á él para las em-
presas que hemos llevado á cabo? eN O
- —Sin embargo, créeme, Bernardo, á veces es necesario
- contemporizar. D. Fernando Oliveira, como buen portu-
- gués, es muy hinchado y presuntuoso. Conocido ya ese
- defecto, no debe sorprendernos lo que haga. La cuestión
- es que nos sirva y nada más. Pad O a
- A la mañana siguiente se despidieron los tres amigos,
y Bernardo y Joaquín continuaron su camino hacia
Arica. O O | |