A ORI ANA ROJA
- Allí supo lo que había pasado é inmediatamente corrió
en busca de Cesar, que precisamente acababa de entrar
en la ciudad. UI nl E E
Al escuchar Cesar el relato de Gregorio, de tal modo
reveló su semblante la ira, que D. Mariano, á quien tam-
-- bién había contrariado lo que oía, se apresuró á decirle:
a —Calmaos, señor D. Lorenzo, que sin duda alguna
aquí ha debido haber una mala inteligencia. Vamos inme-
- diatamente al palacio del gobernador, que estoy seguro
ha de daros todas las satisfacciones que merecéis. Made
- —¡Estáis en vos, Sr. D. Mariano! —diju Cesar viva-
- 'mente.—¿Que yo vaya á ver al gobernador, que antes de
-- [conocerme ha empezado por ofenderme? (Jue se guarde,
porque esta ofensa puede bien costarle muy cara. No soy.
- yo quien debe ir á verle. Es él quien ha de venir á salu-
darme. Si vos queréis ir, acompañad á mis secretarios que
ya, saben lo que le han de A E A
- ,—¡Ira de Dios! —dijo Arregui.—Y que no me haga
montar en cólera el gobernador, porque entonces sabrá
“con quién tiene que habérselas. e ad ADIOS
- —— —Cuidado, señor Marcos Obregón, —díjo Cesar tratan-
do de evitar que Arregui se diera demasiado á conocer.—
- —Entereza, porque la razón está de nuestra parte. El capi-
tán de la goleta ha cumplido con su deber diciendo al de
- la corbeta de guerra á quién pertenecía el barco y las
instrucciones que yo le había dado. Ha podido venir es-
a Panamá, donde podía haber dado Ba
Pero pretender entrar por la fuerza
ue iba bajo mi amparo y escudado con
á quien yo represento, bien merecido
ha sufrido. Eso es lo que habéis de
ñor gobernador, y nada más. Si bien i
, que no se extrañe s1 del modo que él se .
ib. o con él y con todas las demás |
s actos debo residenciar.
labras, llegó á la casa que Mendo:
onde permaneció esperando el re