do | LA BANDERA ROJA
lo que el yirrey pueda pensar? Harto hemos hecho para
«salvar á su hija. y Eo |
—Y si después de tantos sacrificios la llegásemos a
perder? Si D. Cesar llegase por aquí ya puedes suponer
que D.* María... GS A eE
—Me parece, querido Vargas, que 4 pesar de cuanto
-presumes que conoces á D. Cesar, no le conoces lo sufi-
ciente. | | y o
—«¿Porqué dices eso? ne ¡ :
—Recuerda que D,* María nos ha dicho, y esto, tam-
bién nos lo han corroborrado tanto tu desgraciada hija'
como la mía, que ni ellas sabían quiénes eran los tres
jóvenes que las hablaron de amor en distintos lugares, ni
éstos quiénes eran las mujeres que amaban. SE
] -——Cesar, ya recordarás que no supo el parentesco de
- María con el virrey basta el dia que estuvo en Lima, y
que si no le dió muerte fué debido á que su bija se presen-
tó y lo evitó. Del mismo modo también, D. Carlos y don
- Miguel entonces fué cuando supieron quiénes eran las
res que amaban. TS Je CoN
Pero con todo eso ¿quieres decirme dónde vas á
--A que si D. Cesar tiene que vengar, muy justamente
como tú y yo sabemos, la muerte de su padre y la de su
- hermana, y su desgracia completa, y esta venganza la ha
- de realizar dando muerte al virrey ¿cómo quieres que
después de esto fuera á dar la mano á su hija?
- —Sila ama, transigirá y perdonará al virrey.
- —No, Vargas; D. Cesar no transigirá jamás. Y esto
mismo ya lo teme D.* María, según Azucena me ha dicho
alguna vez. E O EA on
Entre las muches relaciones que los dos amigos habían
ido en Panamá por medio del comerciante Verga
o en le nda del U
las muchas q por aquellas
na, de las grandes dificultades que se !