10 EL MILLÓN DE
—Es que usted me mira con buenos ojos...
Pero siéntese usted y permitame que le
ofrezca un vaso de Burdeos.
—No, gracias —exclamó Jefferson mien-
tras contemplaba al jefe de la firma como
si hubiese sido algún curioso ejemplar zoo-
lógico.—¡Extraordinario hombre! El «fé-
rreo» Girdlestone, como le llaman en la
City. Bonito nombre, ¿eh?... y muy apro-
piado... Hierro, sí, señor... muy duro por
fuera, pero muy blando de aquí—y al decir
esto se tocaba en el lado del cofazón y reía
ruidosamente, mientras Girdlestone son-
reía á su vez agradeciendo la lisonja. 4
—Muy blando de aquí, me consta -—con-
tinuó el hombrecillo á la vez que desem-
bolsaba un gran rollo de papel. —Por eso he
venido desde luego, sabiendo que vengo á
la propia morada de la caridad. Se trata
- de la Sociedad de Evolución de los Abo-
rígenes. ¡Un fin: nobiliísimo,: amigo: Gird-
lestone, nobilísimo!
—¿Cuál es ese fin?
—Pues bien claro está... La nifubión de
- los aborígenes... Esto es... Un... Vamos...
una especie de darwinismo práctico, como
si dijéramos. Hacer evolucionar los aborí-
genes hacia tipos más elevados, ¿compren-
de usted? Una idea portentosa... Y el éxi-
to de todo estriba en un poco de dinero.
- —Es sin dudaun objeto digno de alaban-
za—observó Girdlestone con la mayor gra-
vedad.
—Ya sabía que usted opinaría de ese
modo—gritó entusiasmado el filántropo.—
Elevar las razas aborígenes en la escala de
la humanidad, depurar, mejorar sus sensa-
_ciones y sus hábitos. Usted nos ayudará
suscribiéndose. :
-——Seguramente. ¿Qué nombres figuran
enla lista? |
—Veamos... Spriggs, diezlibras; Mortan,
diez; Vigglesworth, cinco; Iudermann,
quince... Y muchas otras cantidades de me-
nor importancia.
—¿Cuál ea la mayor de todas?
-—La de Indermann: quince libras.
—Es una buena causa—dijo Girdlestone
_mojando la pluma. —Ya lo dicen aquellas
palabras de la Biblia... ¿Porsupuesto, lalis-
ta de donativos será impresa y circulada?
—Con la mayor profusión posible.
—Aquí tiene usted mi cheque de vein-
ticinco libras. Y crea usted que celebro
- podercontribuir á la regeneración de aque-
LA HEREDERA
.
llos pobres seres á quienes la Providencia
ha colocado en esfera tan distinta de la
mía. :
—Girdlestone —dijo emocionadísimo el
respetable miembro del Parlamento mien-
tras guardaba el cheque,—tiene usted un.
corazón de oro. Jamás olyidaré este rasgo,
amigo mío... ¡jamás lo olvidaré!
—La opulencia tiene sus deberes y la ca-
ridad es el primero de ellos—repuso con
evangélica unción el negociante estrechan-
do la mano del filántropo.—Adiós, mi que-
rido amigo, y envíeme noticias del éxito de
su noble empeño. Si hace falta más dinero,
usted sabe que mi caja está abierta.
Apenas el filántropo hubo desaparecido
se dejó ver en los labios de Girdlestone una
sardónica sonrisa.
—No he hecho un mal negocio: Este ve-
cio, con su influencia parlamentaria” y su
crédito financiero, puede servirme de mu-
cho. El figurar á la cabeza de una lista se-
mejante aumenta la confianza del públi-
co... Me parece que las veinticinco libras no
han sido tiradas á la calle.
Mientras tanto el filántropo atravesaba
las oficinas. Al adelantarse el viejo Gilray
deferentemente á abrirle la puerta de la
calle, Jefferson le dió un amistoso' golpe-
cito en el bombro.
—¡Hola, amigo! —dijo.—Aquí está el
hombre modelo, el trabajador incansable,
el espejo de empleados. '
Y añadió dirigiéndose á los escribientes:
—Aquí le tenéis. Observadle siempre,
imitadle siempre, que ese es el camino...
¡el verdadero camino! :
Y sin aguardar respuesta escapó esile
adelante en busca de nuevas donaciones
para la magna obra de la evolución de 180 :
aborígenes. |
»
4
Al retirarse Gilray de la puerta vió á
una mujer pobremente vestida, de rostro
pálido y llorosa, que llevaba un niño en
brazos. 4
—Perdone usted, notara dijo humil-
demente, —¿podría ver á míster Girdles-
tone?
—No lo sé de dierto-—repuso con ama-
bilidad el viejo empleado.—Pero está en
Su ass y creo que no tendrá incon-