A. CONAN-DOYLE :
de improviso.—Los dependientes y yo he-
Mos oído que usted amenazaba á mi padre
Son desacreditarle si no le sube el sueldo.
-_—Yo no he querido decir eso —repuso
liggs con el azoramiento de un zorro co-
gido en la trampa.—Habrá sido torpeza
Mía en explicarme.
- —¿Qué historias eran esas que usted
Quería contar? ¿De qué pensaba usted acu-
a - Sarme?
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usted-volver á navegar con el barco en las
mismas condiciones? ] ?
—Seguiremos lo mismo, si 4 usted le
parece—contestó vencido Miggs, dejándo-
se caer de nuevo en la silla. - >
—Perfectamente. Ezra, haz que despi-
dan al «policeman». / |
—Lo que yo digo—observó Miggs des-
pués de una larga pausa—es que habrá
que reparar algo, aunque sea por encima,
—¡De mí no se abusa! -
-_¿K—De nada, señor—volvió á decir el ca-
en en tono cada vez más humilde y con-
luso. ]
, TéTiene usted algo que decir contra la.
honorabilidad de la firma Girdlestone?
Todo lo contrario, señor.
—¿Hago entrar al policía? —preguntó:
.
£n aquel instante Gilray desde la puerta.
._—Que espere en la oficina hasta que yo
ES respondió el negociante.—Y ahora,
ec onemos en dique el «Aguila Negra» y se.
teduce el sueldo á diez libras, ó prefiere
ppitán, volvamos al punto de partida,
para que no. intervenga el inspector del
gobierno. |
- —Por supuesto que se hará algo. La fir-
ma no omite gasto alguno para tener bien
montados todos sus servicios. Se le darán
unas manos de alquitrán y de pintura y
ya estamos al corriente. El casco tiene re-
sistencia, y al mando de un marino como
usted puede ir al fin del mundo.
—Bien, bien—dijo el capitán más some-
tido que convencido.—Usted hace lo que
le conviene con sus barcos y yo ya voy pa-
gado por el riesgo. No hay. más que decir. -