Full text: El millón de la heredera

¡ A. CONAN-DOYLE 7 | 45 
en el camino. Pero no huía, sino que al con- 
trario, venía hacia ellos. Cuando estuvo cer- 
ca vieron que nada de común tenía con los 
ladrones. Parecía un extranjero. El deplo- 
rable estado de cansancio que se notaba en 
él y en su cabalgadura, indicaba que había 
dejado muchas leguas á la espalda. 
- —¿Ha encontrado. usted en el camino 
tres hombres á eaballo?—le pregunto Ezra. 
- —Y he estado hablando: con ellos —re- 
puso el viajero.—Les he dicho las noticias 
que traigo de Fagersfontein, y porcierto... 
— ¡Adelante! —grito Ezra, sin querer de- 
tenerse á escuchar aquel relato que nada le 
importaba. 
En otro rato de galope frenético dejaron . 
ya muy atrás á los dos hombres que pere- 
-zosamente les seguían. Por fin les pareció 
oir un ruido sordo que podia ser muy bien 
el correr de los caballos de los ladrones. 
-—BEllos “son, ellos son... ¡AÁnimo, sar- 
 gento! 
—-Dos de mis hombres vienen un poco 
más atrás. ¿No convendría esperarles? 
—¡No, no! Nada de esperar... ¡adelante! 
—¡Pues lo que es por mi, adelante! 
—¡Ab!... Ya se ven... ¡allí van! 
- Alo lejos se les divisaba, en efecto, en- 
vueltos en una nube 12 polvo. | 
—Lileve usted la pistola preparada, se- 
—ñior. Vamos á estar á tiro ya mismo, y con- . 
viene ganarles por la mano., ! 
En efecto, estuvieron á tiro más pronto 
aún de lo que esperaban.. Farintosh, que * 
se habia. apercibido de la persecución, al 
"ver que los enemigos habían quedado redu- 
cidos á dos resolvió valerse de la astucia pa- 
ra quitarles de en medio. En un recodo del 
camino él y sus compadres echaron pie á 
tierra y se apostaron á.un lado, pistola en 
mano, acechando la llegada. de los perse- 
guidores. La aparición de éstos fué recibi- 
da con. una descarga. El caballo de Ezra, 
alcanzado por una bala en mitad del pecho, 
- cayó al suelo herido de muerte. Ezra, des- 
pon e, O £ . hb e 
embarazándose de él á tiempo para evitar 
que le arrastrara en su caída, saltó en lim- 
_pio al suelo y se revolvió como una fiera 
contra los de la emboscada. El sargento, 
—sugestionado por la admirable intrepidez 
del joven, desmontó á su vez y le siguió re- 
Suelto á todo. si NR 
Muy. cerca. ya Unos de otros, se cambia- 
ron algunos pistoletazos. Ezra, impávido, 
no había disparado todavía, Sólo cuando 
estuvo seguro de no errar, disparó su pisto- 
la contra Farintosh. 
El ex clérigo cayó al suelo lanzando una 
blasfemia. 
Entre tanto el sargento y Burt se habían 
abacado cuerpo á cuerpo. La superioridad 
física del bárbaro triunfó sobre el arrojo del 
bravo policía, á quien un puñetazo de su 
adversario hizo casi perder el conocimien- 
to. Aprovechando aquel instante, Burt se 
dirigió al caballo del sargento que estaba 
suelto en el camino, y, montando en él, es- 
capó como alma que lleva el diablo. 
—¡Ah, bandido! ¡Se nos escapa! —excla- 
mó rabiosamente Ezra. 
—Y milagro que no se me ha llevado por 
delante —observó algo mohíno el polizonte 
, llevándose la mano á su contusión, por for- 
tuna más dolorosa que grave. 
-.—No piense usted en eso, amigo... Yo 
sabré recompensarle... ¿Y el otro?... ¿dónde 
está el otro? 
El otro era Williams, al que no se había 
visto huir, y que sin embargo no parecía 
por parte alguna. Desde los primeros tiros 
se había incrustado materialmente en la 
cuneta de la carretera, y allí continuaba to- 
davía más muerto que vivo. 
- Al fin Ezra le descubrió y se dirigió á él 
en actitud nada tranquilizadera. : 
' —¡Perdón, señor! —gimoteó el misera- 
ble con voz lacrimosa.—Yo no le dí á usted 
el golpe; fué ese canalla de Burt. Yo no 
quería tampoco robarle á usted; eso fué co- 
sa de Farintosh. Y yo le acompañé porque 
como ha sido cura, creí que no iba á hacer 
nada malo... Sí, señor, Farintosh me ha 
engañado, y yo me alegro de que usted le 
haya dado su merecido. ( 
El ex clérigo contemplaba esta repug- 
nante escena desde algunos pasos más allá. 
Había erguido á medias el cuerpo, apo- 
yándose en una gruesa piedra en la cual 
- descansaba una mano mientras otra opri- 
mía la herida de su pecho. En sus labios, 
-—plegados por una sonrisa singular, había 
aparecido un hilo de sangre. 
—Venga usted, míster Girdlestone, ven- 
ga usted aquí—dijo con su palabra mansa 
y monótona entrecortada ahora por la ve- 
-cindad de la muerte.—-Ha quitado usted de 
en medio á un hombre de provecho, ¿eh? ) 
Quién me había de decir que de venerable 
pastor de almas iba á venir á parar en es- 
-+$o:.. Ein morir en mitad del campo como 
 
	        
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