46 EL MILLÓN DE
un perro... Pero no crea usted que me
arrepiento como ese cobarde...
Y dando á su imborrable sonrisa una ex-
presión de increíble cinismo, exclamó:
— Yo he gozado lo que he podido, y aho-
ra que me quiten lo bailado... Pues oiga us-
ted lo que quiero decirle, Es una noticia á
cambio del pistoletazo que usted me ha da-
do á mí... y me parece que todavía va usted
_ ¿8 salir perdiendo.
-—¿Qué quieres decir? —preguntó Ezra
frunciendo las cejas amenazadoramente.
—Poca cosa... ¿No ha encontrado usted
un hombre que venía de Fagersfontein? ¿no
le ha dicho á usted las noticias que trae?
¿No?... Bueno, pues ahí está mi caballo, en
_ el maletín tiene usted casi todos sus dia-
mantes. Cójalos usted y hágase cuenta de
que se lleva un montón de grava del cami-
no... Piensa usted que estoy delirando, ¿eh?
Usted sabe que las minas de Rusia son una
- filfa; pero no ha contado usted con la hués-
peda... En Fagersfontein han descubierto
minas de verdad y mucho más ricas... Esa
es la noticia que traía el hombre... Conque,
adiós... yo me muero... pero sepa usted que
sus diamantes no valen nada. Son pie-
dras... piedras... piedras... oO
Y repitiendo esta palabra hasta que un
vómito de sangre le cortó la voz para siem-
pre, aquel hombre murió con la risa en los.
labios, complacido porque moría haciendo
daño á su enemigo. | Eee
XIII
LA FIRMA GIRDLESTONE PONE SITIO Á CUA-
| - RENTA MIL LIBRAS |
Lo que Farintosh había dichoá Ezra so-
bodas sus partes. Así lo comprobó el joven
negociante en el pueblo inmediato, de la-
¡bios del propio mensajero enviado desde
- Fagersfontein. ia |
Resultaba, pues, que tras esfuerzos tan
continuados, y á pesar de no haber repara-
.8ocio de los diamantes había fracasado.
Por otra parte, como ya el escándalo ori-
ginado por el robo había hecho público lo
LA HEREDERA
que á él no le convenía que se supiera, su
regreso á Kimberley, además de inútil re- J
sultaba comprometido. Con la prontitud y
resolución característica en él, concibió ,
uba idea y la llevó á efecto. Envió por de-
lante al sargento, confiándole la castodia E
de Williams, y cuando hubo desaparecido,
emprendió él lamarcha en dirección opues-
ta. En el pueblo inmediato reemplazó su
caballo por otro de refresco, siguió con to-
da la rapidez posible á Capeown, y se em-
barcó en el primer vapor que salía para In-
glaterra,
Cuando llegó, la situación de la firma no
podía ser más crítica. No es que los nego-
cios allí hubieran ido mal, puesto que, al
contrario, los barcos de la casa habían rea-
lizado algunos viajes felices y hasta el pro-
pio y casi inválido «Aguila Negra», contra
todas las previsiones del capjtán Miggs,
había regresado una vez más. trayendo un
cargamento muy lucrativo. ¿Pero qué sig-
nificaba todo eso ante el enorme fracaso de
los diamantes? La baja producida por las
noticias de Fagersfontein era considerable
y duraría seguramente algunos años. ¿Y
dónde estaría para entonces la firma? El
dinero tomado para el magno proyecto lo
había sido á muy corto plazo, y la fecha
del vencimiento se venía encima á más
- andar. da,
—Y ya ves, ya ves qué desesperación —
le decía el honorable Girdlestone á su hijo
mostrándole los libros de cuentas.—Quin-
ce mil libras se han ganado en este mes. Si
pudiéramos seguir así algunos meses más,
nos habíamos salvado. ¡Pero es imposible,
imposible! Muy pronto vencerán esos cró-
ditos, y será inevitable la ruina, la deshon-
ra, la muerte... Porque yo no sobreviviré á
semejante catástrofe.
—Dejémonos de arranques melodramá-
ticos —repuso Ezra sin impresionarse lo.
: . más mínimo.—Todo eso estaría muy bien
bre hallazgo de nuevas minas, era cierto en
si con la muerte remediará usted algo. Dice.
usted que nos bastaría recuperar esas trein-
ta ó cuarenta mil libras? de
- —Seguramente. |
—Que viene á ser, poco más ó menos, el.
capital de míster Harston—dijo Ezra sub-
] E - rayando las palabras.
do en obstáculos de ninguna clase, el ne-
Su padre le miró fijamente. Aa
_—No, Ezra, no—dijo al fin sacudiendo
desoladamente la cabeza. —Harto he pen-
“sado en ello. Ese dinero está impuesto en
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