Full text: El millón de la heredera

E - jestad de aquel hombre 
-—cribiré, hasta que usted me lo autorice; 
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de ser amigo de usted ocupo el lugar del 
padre de ella? | 
—He temido siempre 
que usted no las 
aprobara... | 
—Eso era posible; pero lo que segura- 
mente no podía yo aprobar, es que de ese 
modo burlaran mi confianza dos personas, 
de las que no hubiera recelado nunca—re- 
puso el viejo con acento de insuperable 
dignidad. | 
- —Reconozco que hice mal — confesó 
Tom noblemente.—Y ahora que ya lo sa- 
/ be usted, me atrevo á esperar... 
—Escúcheme usted, joven. Yo tengo, 
ante todo, que cumplir el encargu de un 
moribundo. El padre de Catalina en su le- 
cho de muerte, me encargó que velara por 
ella, y yo sería un villano si no lo hiciera... 
Usted es un hombre trabajador y honrado. 
Pero su conducta en esta ocasión no. le ha- 
ce todo lo irreprochable que ha; de ser el 
hombre á quien yo acepte para Catalina. 
- Ya ha reconocido usted su error, lo que 
prueba que se arrepiente de él; está bien. 
- Persevere en ese arrepentimiento y de- 
muéstreme que es sincero. : 
-, —¡Qué debo hacer?—exclamó el pobre 
muchacho subyugado por la austera ma- 
| | que le hablaba de 
-— sagrados deberes. ' | 
-— —Ñ—Lo'contrario de lo que ha hecho us- 
ted hasta aquí. No intentar ver á Kate á 
espaldas mías, no escribirle... 
—¿Pero hasta cuando ha de ser eso? 
—En rigor, debe ser hasta que ella llegue 
á la mayor edad. Pero si usted acepta y 
cumple la prueba que le impongo, es posi- 
- ble—y aquí su voz sehizo amable é insi- 
- huante—que mucho más pronto haga por 
Usted una excepción que no haría por na- 
die en este mundo. ap 
—Basta. Muy doloroso es lo que usted 
exige de mí; pero quiero: demostrarle que 
mi cariño á Kate es capaz de*todos:los sa- 
- crificios. No trataré de hablarla, no la es- 
-_—No basta eso. Es precisó que los pa- 
dres de usted tampoco la vean ni la escri- 
ban. Sólo así el sacrificio por parte de us- 
- bed me dará la garantía que necésito. 
- —Loacepto también. Puesto que se tra- 
rigor. 
- —El 
Pt 
Ab 
piense casarse? 
E cruel dolor 
- tade una prueba, quiero ser probado á todo 
mío dejará de serlo en: cuanto yo. 
pueda con tranquilidad absoluta de micon- 
EL MILLÓN DE LA HEREDERA 
ciencia autorizar sus relaciones con Kate. 
— Con /esa esperanza me será soporta». 
ble la dilación... Lo que sí quisiera es po 
nerle ahora siquiera dos letras dándole 
cuenta de este convenio. 
—No me opongo, bien entendido que ya 
contará usted con que ella no ha de con- 
testarle. 
—Aunque así sea, 
—Bien. Y ahora ocupémonos de los ne- 
gocios de la firma. Es preciso que tenga 
usted la bondad de ir al puerto é inspeccio- 
nar la descarga de «La Joven Ateniense». 
Después de esta combinación magistral, 
los dos Girdlestone tenían el campo libre 
para llevar adelante su proyecto. Y mien- 
tras Ezra, cambiando sus hábitos y hasta 
su manera de ser, se mostraba cada vez 
más deferente con la joven y hacía poner 
flores en su cuarto y le regalaba trozos de 
música y novelas de sus autores favoritos, 
el viejo ideó aprovechar por partida doble 
el pacto hecho con Tomás. | 
Como ya esperaba la carta de éste á 
Kate, lo primero que hizo fué interceptar- 
la y, hecha pedazos, arrojarla á la chime- 
nea. Después, y cuando comprendió que 
el inexplicable silencio de gu novio traía á 
la joven muy cavilosa, decidió ensayar su 
nueva idea, A 
.  —¿Conque es cierto—dijo un día mien- 
tras estaban almorzando—que se nos casa 
Dimsdale? A 
—Así parece—replicó Ezra con la mis- 
ma fingida indiferencia. —Anoche, por cier- 
to, le vi con su novia en el teatro. Es una 
rubia muy hermosa. 
—¿De qué familia es? ps 
—Creo que es una prima suya. Muy rica, 
según dicen. E | y 
Kate se puso muy pálida, y aunque al 
principio se propuso no desplegar los la- 
bios, un impulso más fuerte que su volun- 
tad la obligó á romper su propósito. . 
—¿Pero creen ustedes que realmente 
—Las señas al menos, son mortales. To- 
,dos los días se recibe en la oficina una car- 
ta de ella para él. ea E 
- "Kate apretó los dientes para resistir el. 
que le causaban aquellas pala- 
PO A A PA. O 
Al día siguiente, á los postres de 
mida, entraron algunas cartas. : 
—Mister Dimadale—dijo el dependiente 
A 
la co- 
Í 
Mi 
 
	        
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