A. CONAN-DOYLE e
bían sido muy del agrado del viejo Miggs,
que, por consiguiente, recibió con las ma-
yores muestras de amistad al joven socio
de la casa Girdlestone cuando e vió subir
á bordo.
- — Que me retuerzan el pescuezo—fué su
Saludo— si no está usted cada día más fuer-
le y más saludable. Bien se conoce que no
ha palo usted por Fernando Póo y que
- Sús pulmones uo han respirado las nieblas
del Gabón,
¿ —Usted ute está mal del todo, ca-
-pitán.
-—Vamos tirando. ;
- —Podemos empezar en seguida la des-
Carga, ¿eh? ¿Quiere usted hacer levantar
la escotillas?
— Eso no es de mi incumbencia. A. ver,
Mac Pherson; haz andar listos á tus esco-
Ceses. Yo ya he hecho bastante, me pare:
Ce, con traer desde Africa esta criba que
dicen que es un barco. Justo es que des-
canse un poco al llegar al puerto.
Mac Pherson, el segundo, era un esco-
céós corpulento, rubio, barbudo. .
—Yo me encargo de todo—dijo.—Pue-
> de usted saltar á tierra é irse donde le
plazca,
—Al Gallo y el Cuclillo, desde luego.
Mister Dinsdale, cuando acabe usted á ver
si viene á
el camino.
Y cuando vió que era aceptada su invi-
tación se despidió y saltó á tierra.
+ Durante casi todo el día, Tom perma-
! neció en las escotillas comprobando el car-
gamento, mientras que Mac Pherson, con
Sus numerosos auxiliares, obreros del mue-
lle, marineros y negros de la costa, traba:
e y sudaban en Lol profundidades del
avio, |
- Cuando todo acabó, lol y Mac Pher-
on se dirigieron al lugar designado por el
Capitán.
Después de cruzar innumerables pee
Juelas, sucias y borbuosas, se detuvieron
Ante una taberna.
-, —Por aquí—dijo el escocés, que eviden-
temente no Apo entonces su den vi-
ita. |
Y empujando una puerta entró en el lo-
cal, lleno de gente, donde el olor de las
debidas espirituosas y de las miserias hu-
Menas noia á Lora, aún más nausea-
á beber un vaso de vino conmigo.
tú, Mac Pherson, ven con él y enséñale
bundas que los efluvios de la sentina del
buque.
—¿Está ahí el capitán Miggs?—pregun-
tó Mac Pherson á una mujer que se halla-
ba tras el mostrador.
—£$í, señor. Está con un amigo, pero me
ha dicho que pasen ustedes.
Y franqueando una puerta y subiendo
una empinada escalera, les condujo á'una
habitación. donde les esperaba el lobo de
mar.
Este se hallaba semitendido en una me-
cedora, con los pies sobre la repisa de la
chimenea y un gran vaso de rom y aguar-
diente al alcance de la mano. Enfrente de
él, en un asiento análogo al suyo, y con un
vaso también semejante al suyo, estaba
nuestro antiguo conocido von Baumser.
En calidad de empleado de una casa de
Hamburgo, el alemán había frecuentado -
el trato con los cargadores de la costa de
Africa y había intimado especialmente con
el bravo Miggs, que era un hombre muy
sociable en sus ratos de relativa sobriedad.
—Adelante, caballeros, adelante. Sién-
tense ustedes. Aquí les presento á mi ami-
go von Baumser, empleado de la casa
Eckerman. :
—Y este caballero, según creo, es mís-
ter Dimsdale—-dijo el alemán estrechando
la mano de Tom.—He oído muchas veces
hablar de usted á mi buen amigo el Roa |
Clutterbuck.. ,
—Abh, el veterano Clutterbuck. Le co- A de
DOZCO mucho.
— Llénense ustedes los vasos — dijo
—Miggs alargando la botella. —¡Pardiez , ami. |
go Mac Pherson! Hace dos días, á fe, que
no pensábamos encontrarnos aquí ahora.
—Ya lo creo que no—repuso el segundo
.“apurando de un trago el pasas de su |
- —¡Voto al demonio! Un:mar verdadera=
mente asqueroso, mi palabra. Y el conde-
nado barco se llenó de agua que no podía ay
levantar cabeza. Las olas nos pasaban por
encima y habíamos perdido ye cuanto a
puede perder. *
—Seguramente ahora se le hará un buen
arreglo —observó Dimsdale. Poo
- El capitán y el segundo soltaron bm o
tiempo la carcajada.
- —Un buen arreglo, ¿eh, Mac Pherson? :
Y que se acucid la A reducida á una mi
seria...