58 EL MILLÓN DE
—¿Cómo es eso? No querrán ustedes de-
cir que cobren más cuanto peor esté el
buque.
—Ha puesto usted el dedo en la llaga.
Entre amigos no hay por qué guardar se-
cretos. Le dije al principal en todos los to-
nos que era menester reparar el barco; y
¿sabe usted lo que me contestó? «Muy
bien, se reparará; pero entonces reduciré á
tanto el sueldo de usted y á tanto el del
segundo.» Entonces éste y yo nos consul-
bamos y dijimos que valía más el riesgo -
con quince libras que la seguridad con doce.
—¡Pero eso es escandaloso! —exclamó
Tom indignado. |
—Pues es el pan nuestro de cada día. Y
lo será mientras se puedan hacer combina-
ciones con los seguros. Cuando hay barcos
viejos que comprar y agencias que los ase-
guran en mucho más de lo que valen, pue-
den ganarse los miles como agua. Conozco
un tal Arcy Campball que se pinta solo pa-
ra el caso. No hay otro en todo Liverpool
que sepa irse á 1 como él.
—¿Irse á pique |
—Como usted lo oye. Se metía en el
Canal cuando hacía niebla, y gobernando
hacia las luces de los otros barcos si los
veía ó guiándose por la sirena, iba al cho-
que, y ¡cataplún!... Era un bonito juego,
ya lo creo. Media columna en los diarios
-. ensalzando su heroica conducta y algún
que otro artículo de fondo hablando de los
lobos de mar británicos y de las catástro-
fes inesperadas. Una vez hasta llegó á ha-
cerse una suscripción á favor suyo. ¡Ja, ja!....
—¿Y qué ha sido de esa estrella británi-
- ca? —preguntó el alemán. e
- —Creo que ahora está mandando un pa-
quebot. : ; SO
—¡Cáspita! Ya me guardaría yo de hacer
Una travesía con él. a EA i
- —Ñ—Pues sí, esos negocios se hacen de
muchas maneras. Se carga de grano un
barco que no sea muy resistente. A muy
- poca agua que entre—y eso no puede me-
os de suceder en un barco de ese género,
—el grano se esponja, se esponja hasta
que las junturas de las tablas ceden... y
buenas noches. También suelen .emplear
el gas de hulla para que se prenda fuego á:
bordo de los barcos de vapor. O los acci-
dentes de la hélice... Eso es muy socorri-
- do; buque hay que sale del puerto con la
_ hélice aserrada casi por completo.
O
—bira.
LA HEREDERA
—Yo no puedo creer, sin embargo, que
míster Girdlestone aliente semejantes
COSas. |
—Porque su juego consiste simplemen-
te en esperar. El no hace hundir los bar-
Cos; se contenta con no repararlos jamás,
y asegurarlos á un tipo muy alto. Lo de-
más lo confía á la providencia. Ya ha he-
cho muy buenas jugadas por ese procedi-
miento. La pérdida del «Belinda», por
ejemplo, le valió más de cinco mil libras.
En cuanto al «Sockotoo», vaya usted á sa-
ber, no se ha vuelto á saber más ni de él
ni de la tripulación. Se hundió en alta mar
sin dejar rastro.
— ¡La tripulación también! —exclamó
Tom horrorizado.—¿Pero y ustedes mis-
mos, entonces? |
—Ah, nosotros estamos ya pagados por
el riesgo —repuso el marino encogiéndose
de hombros.
—¿Pero y los inspectores del Gobierno?
—¿Esos? Ya habrá visto usted mismo
cómo cumplen con su deber.
Tom estaba consternado por lo que oía.
Si Girdlestone se entregaba á tan abomi-
nables negocios ¿de qué no sería capaz?
¿Quién podía confiar en el cumplimiento
de sus promesas? Este pensamiento se cla-
vÓ como una espina en su espíritu mien-
tras oía las revelaciones del marino. Pues
todavía le quedaba algo peor que escuchar.
—A propósito de Girdlestone—dijo de
. repente el alemán.—Voy á decirles algo que
probablemente no saben ustedes. ¿Tienen
ustedes noticia de que su hijo está á punto
de casarse? A Y
—¿Con quién?—preguntó Dimsdale con
vehemencia. | ,
—No sé el nombre de ella. Sólo he oído
decir que es una ahijada ó pupila de su
padre. A eS :
—¡Cómo!—exclamó Tom levantándose
bruscamente.—Eso no puede ser verdad.
¡No querrá usted referirse á mistress
Harston? a a 7
—Precisamente; mistress Harston; ese
_es el nombre que me han dicho.
— ¡Mentira! Eso es una infame men
—Es posible—replicó serenamente von
Baumser.—Yo sólo digo que lo he oído de
quienes deben estar muy enterados.
—Si fuera cierto, sería la más negra in
famia que se haya cometido en el mundo
.