BL MILLÓN DÉ
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—Lo que creo más bien es que usted y su
padre han tramado una conspiración para
hacerme romper con él.
Acaso el semblante de Ezra, descom-
puesto por la cólera, había dado á la huér-
fana esta súbita percepción de la verdad. Y
cuando vió su rostro ensombrecerse aún
más ante la acusación, su corazón se inun-
dó de alegría porque comprendió que había
adivinado.
—No puede usted negarlo—gritó, chis-
peante la mirada. —El no me ha engañado;
me ha sido siempre leal y yo no he dejado
ni dejaré de amarle. .
— ¡Oh! — rugió Ezra > Aclanilin un
paso con una expresión de diabólica mal-
dad en los ojos. — Pues ese amor le ha de -
hacer á él más daño que provecho. Vere:
mos cuál de los dos gana la partida. Vere-
MOS...
Y en el paroxismo de la cólera, i incapaz
de articular una palabra más, giró rápida-
mente sobre sus talones y abandonó la es-
tancia.
En seguida fué en busca de su padre y
permaneció encerrado con él más de una
hora.
Lo que en esta conferencia trataron na-
die lo supo jamás. Pero desde entonces se
- observó en ellos un cambio indefinible. So-
“bre sus frentes seextendían como una som-
bra y sus miradas se huían mutuamente
como para ocultar la obsesión de un pen-
samiento fijo y terrible.
Después de la marcha de Ezra, Kate per- -
'Manecía en el comedor. Estaba segura ya
de la lealtad de su amigo, y esta seguridad
la llenaba de alegría. Por otra parte, la
figura de su tutor se le había hecho de re-
- pente odiosa. La hipocresía del padre le
parecía más aborrecible aún que la violen-
cia del hijo.
Pensando en esto. estaba orando, lab de
su tutor delante de .
e vantar la vista, vió á
ella. $
—¡Muy bien AS y el viejo
-cruelmenteirónico.—Bien recompensa us-
ted los cuidados y la aplMcción: agus: Abe
al amigo de su padre. |
-—Mi único deseo es renunciar 4 esa,
protección y abandonar esta casa. Usted
me ha engañado pérfidamente respecto á
Tomás Dimsdale... Y eso ha ma una ib= >
¡IDA
cierto apenas. podía creer aquel
LA HEREDERA
arranque en una muchacha siempre tan
dulce y tan sumisa.
— Cualesquiera que sean mis faltas, Dios
sabe que mis intenciones son buenas. Si
he luchado contra esa inclinación amoro-
sa, ha sido por el propio bien de usted. -
—¡Oh, ya no me dejaré engañar máal
Porque ahora quiero saber la verdad com-
pleta, de él solamente, de su propia boca.
— ¡Silencio! —gritó rudamente Grirdles.
tone.—Usted olvida su situación en esta
casa, y será fuerza que yo se la haga recor-
dar. Esta misma tarde saldrá usted con-
migo para el Hampshire. Allí he tomado
una casa de campo donde permanecerá us-
ted hasta que haya desechado esas ideas
románticas y perturbadoras.
—Entonces no saldré de ella nunca.
—Eso dependerá de usted-—repuso el
viejo volviendo la espalda.
Desde la. puerta se volvió para, añadir
aún con voz solemne y los brazos levantas
dos al cielo:
— Que Dios le perdone el daño que ha
causado usted en este día.
A las tres y media un coche se detuvo
á la puerta. Subieron á él las maletas, ya
prevenidas; acto seguido Girdlestone orde-
nó nuevamente á la joven subir al vehículo,
y sentándose á su lado mandó emprender
la marcha.
Aquella misma tarde otro coche se de-
tuvo ante el 60 de Eccleston Square y des-
cendió de él un joven con la vista extra-
viada y la ansiedad impreña en el sem-
blante.
—-¿Está en casa mister Girdl lestono? A
preguntó á. la sirviente que le abrió la
puerta.
—No señor.
—¿Y mistress Haeldno |
— Tampoco. Los dos se han arch
hace un rato.
—¿A qué hora volverán? |
—No vuelven por ahora. Van á past
una temporada en el campo.
. —¡En el campo! ¿Dónde? |
-—No han dicho dónde. Siento no serl
- á usted más útil, Buenas noches, caballero.
Y cerró la puerta, riéndose maliciosa-
mente de la co pega del J9Nen. |