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—Iré. /
—Eres una buena muchacha. Esa ad-
hesión bien merece este abrazo. Ahora ve-
te, no recelen algo los criados. Buenas no-
ches.
—Buenas noches, señorito Ezra. Me voy
pensando en sus promesas. Vivo solamen-
te de esperanzas...
—¿Qué diantre podrá, esperar?—se dijo
él cuando la vió desaparecer.—¿Creerá que
voy á casarme con ella?... Mejor. Una mu-
jer tan ciega puede ser inapreciable en
Bedsworth. ¡Quién sabe lo que habrá ne-
cesidad de encomendarle!...
- Y su rostro se contrajo sombríamente
ante las criminales posibilidades que su
corazón entreveía.
Mientras esto sucedía, Tomás Dinsdale,
después de haber recorrido Londres ente-
ro sin orientación y sin resultado, regtesa-
ba triste y abatido á su casa.
Queriendo evitar la presencia de sus pa-
dres, se fué derechamente á su habitación;
“pero el doctor le salió al paso impidiendo
su propósito.
—¿Qué es eso? ¿Te ibas á acostar sin
dde una palabra? Nada de eso, caballeri-
to. Ven Áá fumar una pipa charlando con-
migo, y á abrazar á ta madre que lleva to-
> da la noche esperándote. |
- *—¡Cuanto siento daros mal rato! He es-
pas en el muelle hasta ahora. Había tan-
- to trabajo...
- Mistress Dimsdale esperaba sentada en
un sillón junto al fuego. En cuanto vió á
su hijo comprendió que le sucedía algo ex-
traordinario..
—¿Qué es eso, hijo mío, qué te pasa?
-— ¿Por qué tienes esa cara tan desencajada?
-- —No nos ocultes tus pesares, Tomás—
- dijo el doctor, —que nadie hará por des-
_vanecerlos tanto y tan de veras como nos-
- Obros..
Instado así, Tomás contó las revelacio-
nes que había oído en la taberna y el re-
-sultado de su visita á Eccleston Square.
—No acierto á comprender nada de es- |
-to—dijo para terminar;—me parece tan
- Ionstruoso, que no acierto á razonar so-
- ¿bre ello. |
-— —Siempre me ec die la, madre —
que no debías haber aceptado sociedad
ninguna con esos Girdlestone.
_—Lo hecho ya está hecho —replicó el
| llenos á Teparar el yc sl es po-
EL MILLÓN DE
LA: HEREDERA
sible. Una sola cosa puedes tener por cier-
to, Tom, y es que Kate Harston es inca-
paz de acto alguno que no sea bueno y.
noble, y que si sospecharas de ella debías
avergonzarte de ti mismo.
—¡Muy bien dicho, padre! Lio mismo he
pensado y pensaré siempre. Hay que bus-
car otra explicación al misterio. ¿Por qué
se habrán ido de Liondres y adónde ha-
brán ido?
—$Sin duda ese bribón ha temido que
pudieras impacientarte y por eso ha pro-
curado alejarla de ti. :
- —Y suponiendo que así sea, ¿qué podría
yo hacer?
—Nada PEO MEN El está en su
derecho.
—BÍ, pero aislada, sin apoyo... Y luego
teniendo á su inmediación á ese salvaje de
Ezra... ¡Eso es lo que me pone más fu-
rioso!
—Confía 'en ella, bob todo. Y ten la
seguridad de que sise ve apurada excesl-
vamente, no dejará de dirigirse á tu madre.
—Esa esperanza tengo siempre. ¡
—Procura, además, no enfadarte inútil-
mente con los Girdlestone. No les des la
ventaja de perder tu sangre fría.
Así continuaron los padres hablando du-
rante largo rato y lograron, por fin, con-
fortar un poco el ánimo de su hijo. Mas
cuando se separó de ellos, el doctor no di-
simuló su preocupación.
—Me inquieta mucho—repitió varias
veces—pensar en lo que puede ser de esa
pobre niña en poder de semejantes desal-
_mados. ¡Quiera Dios, Matilde, que no le
suceda alguna desgracia!
XVIr.
A
EL CAUTIVERIO
Una vez en la estación, Girdlestone cui-
dó muy especialmente de que su pupila no
se enterase del punto adonde se dirigían.
Ocuparon un departamento reservado de
primera clase. Al arrancar el tren, el vie
jo sacó un cuaderno del bolsillo y se puso á a
echar cuentas. y
Kate, sentada frente á él, contemplaba
en silencio aquel rostro duro y anguloso,