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A. CONAN-DOYLE FE
bía arrancado el frasco de las manos y lo
había hecho pedazos contra el suelo.
— ¡No quiero!... No quiero ayudarle á
usted —dijo con voz débil, pero en tono
resuelto.—Usted quiere empujarme al sui-
- cidio y es inútil. Si es necesario que mue-
ra, tendrá usted que matarme.
Viendo su máscara caída, Girdlestone,
- con los ojos animadog de un resplandor fe-
lino, avanzó un paso y sus manos se ade-
- lantaron con los dedos extendidos como si
fuera á estrangular á la huérfana. Se con-
- tuvo, sin embargo, y recobró su actitud
- impasible.
— ¡Idiota! —se limitó á decir desdeñosa-
mente.
.—No me daré la muerte; pero la espero
sin temblar. No le tengo miedo.
—Para mí es ya indudable —replicó el
viejo con calma—que tiene usted la razón
trastornada. ¿Qué quiere decir todo eso de
- esperar la muerte? Aquí no hay nadie que
pueda causarle daño, más que sus malas
acciones. . |
Y salió de la habitación con el paso de-
- cidido del que ha tomado alguna resolu-
ción irrevocoble.
Con el semblante rígido, subió á su cuar-
to, sacó de su escritorio un telegrama en
blanco, lo llenó rápidamente y se dirigió
por sí mismo á Bedsworth á Hacerlo trans-
- mitir. En la puerta de la finca encontró al
tuerto sentado en su silla de tijera.
—¿Cómo sigue la enferma, nostramo?—
- preguntó el guardián á la vez que se ponía
respetuosamente de pie.
—Muy mal, Stevens. Cada día está más
decaída y temo que no pueda durar mu-
cho. Ahora mismo voy á telegrafiar á Lon-
- Ares para que venga un médico con toda
urgencia.
"Y después de estas pidan continuó su
- camino.
—Cada vez lo entiendo menos—se dijo
el guarda rascándose la cabeza. —A mí
no me ha parecido ni tan loca, ni tan en-
_ferma. Y luego, si el caso es tan urgente,
¿por qué no acude á los médicos de Beds-
worth ó de Claxton, que están á dos pa-
s0s?... Todo es extraordinario... ¡Anda,
pues esto es más todavía!... ¡La moribunda
- que viene de paseo!...
Era, en efecto, Kate, que aprovechan-
do la ausencia de su tutor e hacer: un
último esfuerzo,
—Buenos días, señorita—gritó el guar-
da.—Ya veo que está usted desmejoradi-
lla; pero no tenga apresión. Yo aseguro
que no está usted tan mal como acaba de
decirme el amo.
—¡Pero si yo no tengo nada! Ni estoy
enferma, ni estoy loca como le han hecho
á usted creer.
—Eso dicen todos—repuso el guardián
con un gruñido que quería ser sonrisa.
—Yo lo digo y es verdad. Pero me vol-
veré loca si sigo aquí. Mi tutor quiere ase-
sinarme; se lo he conocido en los ojos. Y
si usted no me favorece será usted cómpli-
ce de su crimen.
—¡Diablo, eso sería un poco fuerte! —
exclamó el digno Stevens algo perplejo.
—Déjeme usted salir, señor Stevens. Us-
ted tendrá hijas quizá y no querría que las
tratasen tan cruelmente... No tengo dine-
ro, pero aquí están mi reloj y mi “cadena;
serán para usted si me deja pasar.
—El caso es... Mire usted, señorita. De-
jarla pasar no puedo por todo el oro del
mundo. Ahora, que por este recuerdo que
usted me da —y alargó el brazo para resi-
bir la alhaja, —si quiere usted escribir á
sus amigos, yo llevaré la carta á Beds-
worth.
—;¡Oh, gracias! Es usted un ¿obio hone
rado... Tengo lápiz para escribir; pero, ¿y
papel?
Vió en el suelo un pedazo que el viento
había arrastrado allí. Estaba muy arruga-
do; pero le sirvió para trazar dos ó tres lí-
neas exponiendo concisamente su situa-
ción.
-—En Bedsworth tendrá usted que com-
prar un sobre y hacer que le escriban en él
estas señas que van aquí apuntadas.
'—Eso es harina de otro costal. A cam-
bio del reloj no puedo yo comprometerme
á tanto. Pero ese lápiz puede que valga al-
guna cosa—el lápiz era de oro,—y si usted
me lo da...
—Tome usted y vaya pronto. y
En esto se vió avanzar por el camino, ,al
trote corto, un «poney» arrastrando un li-
gero carruaje en el que venía una dama
- muy hermosa, er paga de un pequeño
«(groom»
—Alguien vione—gritó el tuerto. —Vá-
yase usted, señorita.
—Déjeme usted decir una palabra á esa
señora. | :