A. CONAN-DOYLE 75
un irresistible impulso de su juventud es-
peranzada, entró cantando.
Rebeca y la vieja observaron este cam-
bio con asombro.
—Muy contenta parece que está usted
- hoy—le dijo la doncella mirándola con una
amarga sonrisa. —¡Cómo se conoce que
mañana es sábado!
- —¿Sábado?—interrogó Kate con extra-
- Ñeza.
-— —De sobra sabe usted lo que quiero de-
cir. No se haga usted la desentendida.
Su actitud era de tal modo agresiva, que
Kate no sabía qué pensar.
—No tengo la menor idea de lo que quie-
re usted decir. | |
—¿Conque no? —gritó Rebeca puesta en
jarras y sonriendo sarcásticamente.—¿Con-
que no sabe usted que el señorito Ezra
viene todos los sábados á verla á usted?
¡Eso se llama hipocresía!
—¡Rebeca! He de recordarle á usted que
- Soy su señora y usted es mi criada. ¿Cómo
- Se atreve usted á hablarme de ese modo?
Salga usted inmediatamente de aquí.
La doncella se quedó quieta, dispuesta
_á responder con alguna insolencia, pero
era tan indignado el acento de Kate y tan
altiva é imperiosa su actitud, que Rebeca,
dominada, inclinó la vista y se retiró bal-
buceando palabras ininteligibles.
¡Pobre Kate! El solo anuncio de la lle-
gada de Ezra había bastado para disipar
Su alegría. Pero tal vez sus amigos llega-
rían antes. Y acogiéndose á este pensa-
miento trató de desechar las ideas negras
que de nuevo revoloteaban en torno suyo.
Girdlestone á su vez también se hallaba,
á juzgar por su actitud, sumergido en sus
pensamientos. Con la cabeza baja y la som-
-bría mirada fija en la llama del hogar, se
decía que mañana el «acto» estaría realiza-
do y la fortuna de Kate sería suya. |
De pronto, volviéndose hacia la vieja le
preguntó:
—¿A qué hora llega de Londres el últi-
mo tren de la tarde? .
—Llega ¿ Besdworth á las diez menos
cuarto.
—Bien. ¿Dónde está mistress Harston? -
—En su habitación. Y por cierto muy
contenta. Eo, o
—¡Contenta!... Eso es que su juicio no
está sano. ra +A
-Tal vez. Rebeca ha bajado porque di-
* el ojo sano con esta piedra.
ce que ella le ha arrojado de su cuarto. No
crea usted, que bien sabe darse aire de se-
ñora; y si la dejan nos plantará á todos en
lo ancho.
Girdlestone guardó silencio tratando de
explicarse aquel súbito cambio de su pu-
pila. : > :
Kate pasó aquella noche en un sueño y
se despertó alegre, con el alma dispuesta
al perdón. E :
Después del desayuno se dispuso á salir.
—¿Dónde va usted?—le preguntó el
viejo.. mea, Pita |
—AÁ dar un paseo por entre los árboles.
—Bien. Mientras pasea usted puede
aprovechar piadosamente el tiempo medi-
tando sobre algún versículo de la Escritn-
ra; es un ejercicio muy saludable para el
alma. ES : 104
—Lo haré así. ¿Sobre qué versículo le
parece á usted que puedo meditar?
—Sobre este, por ejemplo: «En medio
de la vida nos está acechando la muerte»
—repuso el viejo con tono lúgubre y so-
lemne.
Kate se estremeció. Pero aquella impre-
sión fué fugaz; en el estado de alma en
que se encontraba, la idea de la muerte
podía durar poco en su imaginación.
Con paso rápido se encaminó á su ob-
servatorio del día anterior y se puso en
acecho. Al poco rato vió llegar al «groom»
de mistress Scully.
—Buenos días, señorita—gritó el mu-
,chacho al verla. ;
—Buenos dias—repuso Kate, —¿eres tú
el que acompañaba á mistress Scully?
—Sí, señorita, y traigo un recado suyo.
-—Dimelo, pues. |
—Que ha escrito en vez de telegrafiar
y que ha creído mejor dirigirse á míster
Clutterbuck. Que seguramente vendrá hoy
mismo y que tenga usted otro poco de pa-
ciencia. AS AOS
- —Está bien; dí á tu señora que estoy
tranquila, que tengo en ella la más abso-
luta confianza y que le guardaré gratitud E
toda mi vida. >
—Asi se lo diré. Y por mi parte, si el
tuerto que hay en la puerta vuelve á inco-
modar á usted, estoy dispuesto á saltarle
—No—dijo Kate sonriendo,—no te me-
tas en eso y vuelve pronto á buscar á tu
señora. HA E 0