A. Conan-Doyle.—AL GALOPE BB
rantizarnos que tendremos amistosa aco-
gida en el campo francés y que todo será
olvidado?
—Lo garantizo.
—Confío en el honor de usted. Y ahora
¡pronto, pronto! ¡No hay un instante que
perder! Si ese monstruo vuelve, morire-
mos los tres. ¡
- Yo miré con asombro lo que hacía. Co-
giendo una larga cuerda la pasó alrede-
dor de Duplessis, mi compañero muerto,
y ató un paño á su boca con objeto de
cubrirle casi toda la cara.
-—¡Ahí se queda usted! —exclamó, y me
dejó en el lugar que había ocupado el
cadáver de mi infortunado compañero—.
Yo tengo ahí á cuatro de los míos; ellos
colocarán á éste sobre la hoguera.
Pombal abrió la puerta y llamó. Va-
rios bandidos entraron y se llevaron el
cadáver de Duplessis. En cuanto á mí, me
quedé inmóvil en el suelo, llena miimagi.-
nación de esperanzas y de asombro.
—Está usted colocado sobre la hogue-
ra—dijo de Pombal—, y yo desafío á que
cualquiera en el mundo, que no sea usted, -
afirme lo contrario. Ahora sólo queda
- llevar el cuerpo de Duplessis para arro-
- jarlo al precipicio de Merodal.
Dos de aquellos hombres me cogieron
- ¡pordebajo de los hombros y otros dos
por los pies, y con mi cuerpo rígido como
- un cadáver salieron de la choza. Cuando
- me vial aire libre la luna aparecía enci-
ma del montón de leña, y allí, claramente
recortada por su luz, se veía la figura de
- un hombre tendido sobre los troncos. Los
bandidos se ballaban alrededor de la pira.
- De Pombal nos llevó en dirección del pre-
| -cipicio. Amparados por la sombra de los
peñascos no corríamos peligro de que
nos vieran, y me permitieron caminar
por mis pies. Avanzábamos por una es-
A A io a
- Un grito terrible salió de los bosques
“situados debajo de nosotros, y vi que De
mbal temblaba.
Es ese miserable—murmuró—. Está
izando á otro como á mí. Pero ¡jade-
nte! ¡adelante! A
Nos agachamos para caminar á gatas.
í llegamos al fondo del precipicio. Los
- De pron to un rojo resplandor brilió en
la altu
bosques se extendían enfrente de nos-'
la altura y las sombras de los troncos se
recortaron claramente sobre el césped.
Habían encendido la hoguera. Desde don-
de estábamos podíamos divisar el cuerpo
inmóvil entre las llamas y las obscuras
figuras de los guerrilleros que bailaban
alrededor de la humeante pira. ¡Ah!
¡cómo les enseñé mi puño á aquellos pe-
rros! ¡y cómo juré que un día mis húsa-
res y yo tomariamos el desquite!
De Pombal conocía todos los senderos
que atravesaban el bosque. Para evitar
que nos vieran, teníamos ahora que in-
ternarnos en los montes y andar muchí-
simo, bordeando el terreno. ¡Sin embar-
go, con qué alegría no hubiera yo anda-
-do muchas más leguas á cambio de lo
que se ofreció á mis ojos algún tiempo
después! : a
Serían las dos de la madrugada cuando
nos encontramos sobre la falda de un
monte desprovisto de toda vegetación.
Por allí teníamos que continuar nuestro
camino. AN
Mirando atrás, veíamos las grandes
llamas de la hoguera, como si un volcán
estallase en el alto pico de Merodal.
Y luego vi algo más, algo que me hizo
dar un-grito de alegria... 2
A lo lejos, hacia el Sur, brillaba un
gran resplandor, y no era la luz de una
casa, ni la luz de una estrella, sino la ho-
guera con que contestaban del monte de
Ossa, demostrando que el ejército de
- Clausel se enteraba al fin de lo que Es-
teban Gerard tenía encargo de comu-
nicarles. AS: IS
V
DE CÓMO EL CORONEL GERARD- TRIUNFÓ
EN INGLATERRA es
- Yaoshedicho, mis amigos, cómo triun-
fé yo sobre los ingleses en la caza del
zorro, cuando perseguí al animal con tan=
ta velocidad que ni aun la traílla de lo
perros podía mantenerse á mi paso, y
cómo yo sólo, con mi propio sable, lo cor-
té en dos pedazos. e
Tal vez he hablado demasiado de est
asunto; pero se experimenta tal entusias-
mo en los triunfos del sport, que ni a
_mismas guerras pueden proporcionar!
igual, pues en las guerras se compart
las victorias con vuestro propio re;
miento y con el ejército en general; pero
yt l sportman solo y sin ay!