Full text: Al galope

y 7077 A. Comam-Doyle.—AL GALOPE 
turbar aquella paz doméstica? Aun contra 
mi propia voluntad, mi sola presencia y 
mi apariencia pudiera ejercer cierto efec- 
to en la señora. 
—¡No debo marcharme fuera de aquí! — 
-me decía. 
- Ni los ruegos de la señora pudieron 
- hacerme detener. i 
Años después he oído que el matrimo= 
nio de los Dacres se consideraba como 
uno de los más felices de todo el país, y 
que ninguna nube había vuelto otra vez á 
-—Obscurecer sus vidas. 
Sin embargo, me atrevo á decir que si 
él hubiera podido leer el secreto de su 
- esposa... ¡Pero sobre esto no hablo más! 
El secreto de una señora es muy suyo 
- y yo temo que ella y él están enterrados 
hace años en el cementerio de Devons- 
hire. Quizás también aquel alegre círculo 
ha desaparecido, y lady Juana vive ahora 
.acordándose del antiguo húsar, que hoy 
es un viejo brigadier francés á media 
paga: El por lo menos, nunca la podrá ol- 
vidar. | E 
1d 
' CÓMO EL CORONEL VIAJÓ Á CABALLO 
a - _ HASTA MINSK 
Quisiera tener un vino más fuerte esta 
- noche, amigos míos, un vino de Borgo- 
- ña, más bien que un vino de Burdeos, 
- pues mi viejo corazón de soldado pesa 
sobre mí. Es una cosa extraña sentir estos 
_entusiasmos á esta edad que va consu- 
_miéndole á uno. En realidad los de mi 
Clase estamos para descansar, pero tan 
- pronto como el brillo de un sable tiembla 
', Volvemos á ser los que fuimos. - 
s, me parec eestar viendo cier- - 
cuando todos presenciamos la 
'mpo de Marte (1). ¿No era 
, espléndido? Yo estaba colocado 
A parte reservada á los oficiales ve-. 
teranos condecorados. Esta cinta que os- 
ento en mi solapa era mi pasaporte; la 
ruz la conservo en casa, guardada en un 
stuche de piel. Nos tributaron honores, 
puesto que nos hallábamos colocados en 
1 lugar de saludo de las banderas, te- 
iendo al emperador rodeado de su corte 
á nuestra derecha. Después de esto ya no 
ty El veterano Gerard alude á la gran revista pa- 
da por Napoleón III antes que las tropas francesas 
marchasen á la guerra de Crimea, 
EA 
he formado yo en una revista, porque no 
puedo estar conforme con muchas cosas 
que veo. No apruebo los pantalones colo- 
rados en la infantería, acostumbrado co- 
mo estoy á ver á los infantes pelear con 
pantalones blancos. El rojo es para la ca- 
ballería. Por poco más pedirán los peo- 
nes nuestros morriones y nuestras espue- 
las. Si me hallase en una de estas revis- 
tas de ahora, podrían decir que yo, Este- 
ban Gerard, los criticaba. Por esto he . 
resuelto que lo más prudente es quedar- 
me en mi casa. Pero ahora, con la guerra 
de Crimea, es diferente; los hombres van 
á pelear, y no me toca á mi ausentarme 
cuando los hombres valientes se reúnen. 
¡A fe mía que esta pequeña infantería 
marcha bien! No es muy numerosa, pero 
los soldados son robustos y de buen por- 
te. Yo me quité el sombrero cuando des- 
filaban; luego vinieron los artilleros, bue- 
nos artilleros, bien montados y mejor ar- 
mados. También les saludé. Desfilaron 
después los ingenieros, que también re- 
cibieron mi saludo. No hay hombres más 
valientes que los ingenieros. Luego des- 
filó la caballería, lanceros, coraceros, ca- 
zadores y spahis, á todos los cuales, á su 
vez, pude saludar, menos á los spahis. 
El emperador no tenía ninguno de és- 
tos en su escolta. Pero cuando todos ha- 
_bían pasado, ¿quién pensaréis que venía 
á lo último?... ¡La brigada de húsares, á la 
carga! ¡Oh, amigos míos. ¡El orgullo, la 
gloria y la belleza! ¡El brillo y el cente- 
lleo de sus sables, el estrépito de los cas- 
cos de sus caballos, el ruido de las cad 
nas de sus cabezadas, las crines flotantes, 
sus graciosas cabezas y los ondulantes 
destellos de los plateados uniformes, qué 
efecto producían en mi corazón, recor- 
dándome las glorias del pasado! Y el ú 
timo de todos los regimientos, ¿cuál fué 
para desfilar? Mi propio antiguo regimien- 
_to. Mis ojos cayeron sobre los grises y 
plateados dormanes ribeteados de pieles 
de leopardo, y en aquel instante me 
transporté á los tiempos en que yo man- 
daba este brillante regimiento. Los años 
huyeron de mí; y vi á mis queridos hom- 
bres y caballos siguiendo detrás de su jo- 
ven coronel con el orgullo de la juventud 
y de la fuerza, justamente como hacía 
Cuarenta años. No pude ocultar mi entu- 
siasmo, y agitando mi bastón en el aire á 
guisa de sable, les grité: «¡Carguen! 
¡Adelante! ¡Viva el emperador!» Aquello 
era el pasado volviendo al presente. Pe- 
 
	        
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