MICHEL
me dejáis a mí que me las arregle con mi
hombre.
—¡Cuerpo de Cristo! ¡Jamás he visto
trampa mejor preparada!
—¡Adelante, Galilea! ¡Mi tizoná me bai-
la en la mano!
— Adiós, pues, compañeros -—dijo Bu-
ridán, saliendo —. Mientras no oigáis gri-
tar, estaos más quietos que los santos del
pórtico central dé Nuestra Señora. Y tú
—añadió al pasar ques a Bigorne—, a
tu puesto.
Buridán dirigióse 'entonces hacia las
murallas de París; 'y se*detuvo cerca de
la puerta, ocúltándose 64 la sombra pro-
yectada por una encina achaparrada.
Una vez allí ya no se movió. Transcurría
el tiempo. Dieron-las doce. El joven tem-
blaba de impaciencia y mascullaba sor-
dos juramentos.
Al fin se estremeció de alegría.
En el momento en que, desesperando
de ver a aquel a quien esperaba, se dis-
ponía a regresar a la taberna, las cade-
nas del puente levadizo se agitaron. Oyé-
ronse en las tinieblas agudos chirridos,
y el puente comenzó a bajar.
—¡Es éll—murmuró Buridán,
ojos relampagueaban.
En efecto: ¿por quién sino por un per-
sonaje como Carlos de Valois hubiesen
echado a media noche el rastrillo y el
puente?
Pocos minutos .después aparecieron
tres hombres a caballo, que avanzaron
prudentemente.
Buridán salió de su escondite y se di-
rigió hacia el grupo.
—¿Quién sois?—preguntó una voz.
—Juan Buridán.
—¡Ah! ¡ah! ¿sois vos?
—Sí, y no tengo necesidad de pregun-
taros vuestro nombre para saber quién
sois, ¡monseñor! —respondió Buridán,:con
una voz que adquirió singulares inflexio-
nes.
cuyos
y
ZÉVACO
——¡Hablal ¿qué tienes que proponer-
me?—interrogó Valois.
—Aquí no, monseñor. La puerta está
demasiado cerca. ¡Y las puertas tienen
oídos, tienen ojos! Las puertas ven y oyen
cosas que deben permanecer secretas.
¡Descontiad delas puertas, monseñor,
aunque sean las puertas de la tumba!
Al mismo tiempo Buridán echó a an-
dar hacia la choza,
Tras de vacilar unos instantes, los ji-
netes le siguieron, y cuando le vieron de-
tenerse, echaron pie a tierra.
—Monseñor—dijo entonces Buridán—,
habéis hecho mal en venir acompañado.
¿Queréis despedir a los caballeros que 08
acompañan?
—Son amigos míos y están al corrien-
te de mis asuntos.: Hablad, pues, sin te-
mor.
—Monseñor, no quiero hablar sino a
solas con vos. Que estos dos caballeros
estén: enterados de: vuestros asuntos no
es una razón pará que yo los entere de
los: mios.
—lín ese caso—dijo Valois, dirigiendo
en torno suyo una mirada recelosa—, me
iré sin oiros.
-—No, .monseñor—replicó Buridán con
voz sorda—. Ya es demasiado tarde.
/
Oiréis lo que tengo que deciros y me
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oiréis a solas. Si vuestros amigos no quie-
ren retirarse, me veré obligado a dar la
orden de ataque.
—¡lnsolente! —rugieron los. dos caba-
lleros que acompañaban al condé — ¿Qué
significa esto?
En el mismo instante se dirigieron ha-
cia el joven, desenvainando sus dagas,
—¡Basoche y Galileal—gritó Buridán,
que en aquel momento se arrojó sobre
Valois y le sujetó entre sus. brazos ner-
viosos.
Guillermo*Borrasca y Riquet Handryot
precipitáronse fuerade la taberna, con las
espadas desnudas.