14. > LOS OBREROS DE LA MUERTE
tacábase con tonos ccbrizos en los bordes, á la luz
de un farolillo de cristal amarillento. |
Aquella habitación era una cocina, convertida
por Rafael en laboratorio de grabado.
Carmen le vió colocar en el borde de la frega
dera dos frascos; sacar de un envoltorio de papel
una especie de caja de hierro cuadrilonga y acha
tada Da quitar la tepa, que puso á un lado, con un
formón, un tornillador y unas tenazas dentadas.
—¿Qué hace dute e preguntó Carmen con
extrañeza.
Y siguió inquieta, mirando fijamente.
Hubiese dado cualquier cosa por poseer unos ge-
_melos de teatro, como cuando vivía con sus ricos
padres, que abandonó por el amor de Rafael.
—¿Qué pone en esa caja? —murmuraba Carmen.
—Echa el contenido de un frasco rojo... Eso parece
polvo... un polvo blanco. Sí; esa cajita de madera
- es de herramientas... La conozco... La tenía én
casa Rafael y se la llevó allí... Mete un puñado de
clavos en el recipiente de hierro... Ahora echa un
líquido en un tubito de cristal... ¡Dios mío! ¿Estoy
soñando? ¿Qué es eso que hace Rafael?... ¡Oh!...
¡Yo me ahogo!..: Necesito'ir... ver... para conven-
cerme de que no sueño... Ahora cierra con tornillos e
la caja de hierro... ¡Apagó la luz!..
Un gemido de angustia brotó de cs de
Carmen, que se pasaba la mano por la, cabeza, hun-
diendo sus temblorosos dedos en las doradas ondas
de sus revueltos cabellos.
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